AFÁN DE SUPERACIÓN
Desde siempre se ha vinculado el conocimiento a la génesis del progreso, y aunque más bien se entiende del conocimiento intelectual -pues también existe el conocimiento sensible del que no necesariamente se generan nuevas ideas- habría que implicar también la voluntad que vence, si la hay, la inercia al cambio.
Del análisis del comportamiento natural se puede extraer que la voluntad se asocia a hábitos operativos que en su inicio actúan por mimesis para evolucionar progresivamente a un dominio creciente de la percepción del valor de superación.
El protagonismo que el hábito de superación asume en el progreso requiere una atención especial en la educación de las personas para que ese valor se desarrolle y no se desarraigue en el transcurso del tiempo. El afán de superación se puede atribuir como un rasgo inherente del alma humana, lo que implica una cierta tendencia innata. Ello se muestra en las primeras etapas de la infancia, donde el "mira lo que hago" se reitera como el colofón de la percepción del propio progreso en una pequeña habilidad. Desde ese punto todo progreso personal se relaciona al hábito de superación que va a permitir gestionar el conocimiento para el enriquecimiento progresivo de actitudes, habilidades y sabiduría. En tanto en cuanto la superación se instala como hábito en los procesos mentales personales, mayor será la inquietud intelectual y creativa del proceso de crecimiento cultural. Al "mira lo que hago" sigue el "yo lo sé" y el "enséñame".
Atribuir condiciones innatas de personalidad al apetito de progreso muy posiblemente habría que matizarlo por la trascendencia que los factores sociales y afectivos muestran sobre los niños, pues se aprecia una trascendencia decisiva del entorno para el desarrollo de ese valor. En la medida a la atención exterior que se le presta para favorecer superarse, así parece que se condicionan las respuestas y se desarrolla el hábito. Por eso la educación no sólo es fundamental en la aportación de los conocimientos a aprender, sino que en gran medida marcará progresiva y definitivamente la implantación de ese rasgo en la personalidad. Desde esta perspectiva el espíritu de superación respondería más a un influjo social que a una tendencia innata.
El afán de superación, con el tiempo, se vincula a la perspectiva vital y a la percepción de la responsabilidad creativa con la que se participa en la vida social. Cuando se debilita el sentido de utilidad suele repercutir en una merma del anhelo de superación, lo que habría de vincularse a un retraimiento de la personalidad. Esta situación acontece en la madurez cuando las perspectivas familiares y profesionales tocan techo y la esencia de lo por hacer en la vida se da por realizado.
La asunción en la tarea de educación de desarrollar el hábito de superación recae en una gran parte en la comprensión intelectual del rendimiento de la aplicación del esfuerzo. Dominar cualquier habilidad, sea manual o intelectual, exige el esfuerzo de la voluntad para reiterar la dedicación de forma directa a la dificultad intrínseca de la misma. Desdeñar el esfuerzo de superación en aras de un acomodo, tanto desde la perspectiva individual como social, supone abandonar la apuesta del progreso.
Lo que es esencial en los procesos de educación infantil y juvenil por la dependencia social que entraña, no deja también de percibirse en la necesidad de la formación profesional continuada de la madurez, e incluso en el ánimo que debe mantenerse como referencia de autoestima en la tercera edad.