PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 25                                                                                           MARZO - ABRIL  2006
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 DEPORTE Y POLÍTICA

 
Son muchos los recuerdos que quedan del uso político partidista que los Estados realizaron a lo largo del siglo XX de los acontecimientos deportivos. Los más no rehuyeron la tentación de utilizar a deportistas por bandera, denigrando hasta límites insospechados la esencia social del deporte. Fueron tiempos de apasionamiento ideológico y, frente a la fuerza de las armas y la debilidad de la argumentación del pensamiento político, se recurrió a la exhibición del poder deportivo como señal de identidad de imperio de raza o nación.
Ello fue posible porque se favoreció el enfrentamiento a la competición cuando la organización de los eventos internacionales por sus costes se reservaron en gran medida a los Estados. De este modo la política deportiva adquirió una trascendencia desproporcionada a la singular relación entre deportistas como era lo natural. En ese siglo el Estado en gran parte del mundo vino a configurarse como exponente ideológico de una revolución y se sirvió del deporte para mostrar la bondad de su efecto político sobre los ciudadanos.
En el siglo XXI, en proceso de distensión, convendría repensarse si no sería conveniente para le deporte el relajar esa dependencia al Estado y favorecer que fueran las federaciones territoriales quienes estructuraran las competiciones de modo apolítico, o sea, en función de la capacidad competitiva de las demarcaciones y no de su adscripción a un Estado determinado. Esto podría favorecer el deporte en sí e independizarlo de las múltiples tentaciones de hacer de él un elemento de confrontación. La violencia que, con más frecuencia de lo apetecido, se instala en los espectadores de un evento deportivo no es ajena muchas veces a motivos reivindicativos contra agravios políticos padecidos por una determinada potencia extranjera. Se recurre a la amplia difusión social de muchos acontecimientos deportivos internacionales para mostrar su desacuerdo - a veces odio - al Estado cuyos deportistas participan.
Creer en el deporte de competición es creer en las relaciones sociales que lo soportan como unas relaciones humanas favorables a la integración de las personas. Todo deporte se difunde de acuerdo al número de competiciones que posibilitan practicarlo y en su naturaleza esas relaciones serán tanto mejores cuanto más de deporte entrañen y menos lastre de confrontación ideológica arrastren. El deporte tiene como fin particular favorecer el desarrollo psicomotriz de la persona y como fin social el ejercicio de los valores de relación, haciendo de la persona un ser más grato consigo mismo y con los demás. Cuando se tergiversa esa armonía y se utiliza al deporte para la promoción política, la naturaleza misma del deporte se resiente y se crea un conflicto entre la buena relación del círculo del deporte y los intereses cruzados de quienes aspiran a otras intenciones.
Si el deporte internacional se ajusta sólo a criterios de competición deportiva y no a valoraciones patrias, si se articulan en torno a las federaciones y no a los Estados, si se favorece una mayor vinculación del grupo social que lo practica y sus representaciones, se logrará aislar la tentación de los políticos a tanta manipulación y a encauzar a los deportistas por un mayor reconocimiento de que los eventos deportivos sirven para hacer afición y no patria.