PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 26                                                                                           MAYO - JUNIO  2006
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¿EL SEXO DROGA?

 
Aunque el sexo no puede ser comparado con las drogas en cuanto que no es una sustancia sino una función fisiológica, por alguno de los efectos que procura al organismo se podría asemejar al bienestar y dependencia que los fármacos favorecen. El punto de partida común a todas las materia o actividades que producen bienestar está en las alteraciones receptivas del sistema nervioso, que generan sensaciones de satisfacción que se proyectan sobre la totalidad del individuo o persona.
Existen satisfacciones o sensaciones de placer locales u orgánicas, que afectan a determinadas partes del cuerpo, pero es conveniente reservar el término de bienestar para las sensaciones globales que de algún modo se pueden considerar con influjo sobre la personalidad.
Cuando se ejercita voluntariamente la actividad sexual, lo habitual es que el objetivo de la relación no sea el disipar mediante los actos propios una tensión orgánica, sino procurarse las sensaciones que culminan el proceso de la excitación orgánica. El grado de sensibilización sexual es muy distinto de unas especies a otras, constituyendo en las personas la relación un acto comunicativo, pues la complementación entre las partes corresponde a seres dotados de actividad mental que perciben el grado de bienestar no sólo en cuanto las sensaciones propias sino también en las causadas a la pareja, porque como cualquier otro acto humano la conciencia juzga al acierto respecto al bien, último fin del obrar humano. El bienestar, por tanto, de la persona por su dinámica sexual dependerá del valor moral de que la perfección del acto se logre como satisfacción hacia la pareja. De aquí la denominación de hacer el amor con que se nombra a las relaciones sexuales afectivas.
Las drogas tienen en común con la relación sexual el que el bienestar que generan en razón de sus efectos estimulantes y alucinógenos compete a toda la persona, porque inhieren sus efectos sobre el núcleo del sistema nervioso. Una droga se califica como tal por su capacidad de influjo global sobre la actividad cerebral para simular recepciones sensibles altamente positivas. El bienestar se sigue no de una actividad intelectualmente dominada, sino de la ilusión de quebranto de una voluntariedad insatisfecha. De alguna manera, el efecto de la drogadicción suplanta la propia y real personalidad por una ilusión impersonal que se desvanece al tiempo que se extingue la acción del fármaco.
Sexo y droga, así analizados, se oponen esencialmente como lo que realiza y destruye la personalidad, lo que no obstante alumbra algún aspecto común, como puede ser el grado de dependencia que una y otra actividad generan sobre los individuos. Una característica de la droga es la creciente adición que crea con su consumo, y que es doble: 1º Porque se desea el placer del bienestar que da y que sin su consumo se hecha en falta. 2º Porque su acción química sobre el metabolismo celular origina que cuando falta se produzcan alteraciones que perturban el normal proceso nervioso, causando un síndrome de abstinencia de variable consideración. Respecto a la dependencia que constituye la actividad sexual en el hombre y en la mujer habría que encuadrarle entre los hábitos que condicionan su personalidad. Siguiendo a la naturaleza del apetito orgánico, la voluntad estará más o menos condicionada por el hábito para el requerimiento de la satisfacción, lo que presenta tres vertientes contrapuestas y que a veces se confunden en el análisis: Existe la demanda del bienestar experimentado, existe el requerimiento por la insatisfación circunstancial y existe la dependencia por una permanente insatisfacción.
Respecto a la demanda como consecuencia del bienestar experimentado es la consecuencia lógica de los hábitos positivos que radican en la personalidad y que se quieren en cuanto que conocidos como intrínsecamente buenos constitutivos del bienestar estable que denominamos felicidad. No sólo responde a que se satisface con apetito natural sino que se percibe como eficientemente realizado.
Cuando, por las circunstancias que sean, no se logra una satisfacción suficiente en las relaciones sexuales, se crea una situación de inestabilidad ente el relajamiento del hábito por la insatisfacción y el interés moral por la superación de las dificultades encaminadas a recuperar el resistido bienestar. Hasta dónde su efecto se torne en un trastorno de la personalidad depende de la habilidad para racionalizar los problemas y el ensayar alternativas de solución.
La dependencia que crea una insatisfacción permanente, en cambio, sí que guarda semejanza con la que se produce por el consumo de las drogas. Se crea en la mente una necesidad de placer en la que cuanto más se usa del sexo mayor dependencia y necesidad se tiene de su abuso, porque se anhela y no alcanza el bienestar buscado. Como cuando se acerca el síndrome de abstinencia, quienes padecen este tipo de dependencia de insatisfacción sexual consideran que una relación les va a calmar y satisfacer su ansiedad, pero al poco, porque la relación nunca se encuentra suficientemente complaciente, se buscan modos y maneras de prácticas de sexo novedosos confiando que esos juegos reportarán suficiente placer para calmar el deseo exacerbado.
Si hubiéramos de analizar la causa de esa permanente insatisfacción que arrastra a la personalidad a un inestable dominio de sí misma, habríamos de intentar localizarla en un defecto intrínseco de la aplicación de la sexualidad, porque del mero deterioro funcional se puede seguir un estado depresivo pero difícilmente una ansiedad desproporcionada. El fallo es muy probable que provenga de la misma forma de la relación en que se encuadra la actividad sexual. Cuanto menos se considera a la otra parte, mayor es la probabilidad de que el acto reduzca el ámbito de bien dentro de la conciencia propia y la sensación de plenitud y bienestar del acto sobre la mente se deprecie a una sucesión de expectativas sensibles medianamente alcanzadas. Considerar que el sexo es algo que se realiza entre personas precisa la condición previa de la valoración del otro como persona, y por tanto una comunicación en la que dar y recibir placer se funden como fin. Cuando se pierde esta perspectiva, bien porque se ejecutan actos en solitario o porque la pareja sea accidental, como en un servicio de prostitución, no existe comunicación y de este modo parte del objetivo natural de la sexualidad queda frustrado. Cuando estas prácticas se constituyen así en hábito, el estado de insatisfacción se hace permanente e ingenuamente se atribuye a una carencia de cantidad, no de calidad, lo que eleva la dependencia hasta poder configurarla como una obsesión de la personalidad.
Por eso, aunque el mundo de la droga y el de la sexualidad son dos universos tan distantes, existen rasgos que afectan a los dominios de la personalidad en los que podrían darse deficiencias comunes, aunque la solución exige muy distinto tratamiento, pues mientras en las drogas el proceso es hacia la desintoxicación y la abstinencia, en la sexualidad consiste en una mejora de la estima personal, una reconstrucción del valor de la relación o una superación del posible desencanto de una experiencia de amor.