PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 26                                                                                           MAYO - JUNIO  2006
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 LUCHA INERME

 
Para los violentos, la lucha se idea sobre modos de hacer imperar la propia voluntad por medio de los instrumentos o armas que permitan imponer la superioridad de la fuerza o el terror. Bien sea con bombas y misiles, como lo realizan las grandes potencias; con explosivos y autoinmolaciones, a los que recurren los grupos revolucionarios; o a simples grandes cuchillos o palos, como hemos sido testigos de grandes matanzas entre etnias. El arma, el que sea, representa la expresión material de la lucha por imponer el propio criterio a la sociedad de modo violento.
La lucha inerme, sin armas, representa una gran paradoja en un mundo tecnificado, donde la fuerza personal ha quedado relegada de todo su antaño poder; cuando la ciencia y la técnica se esfuerzan en crear ingenios cuya sola amenaza haga temblar y rendir al enemigo. Atrás queda el romántico recuerdo de los capitanes y comandantes a la cabeza de sus batallones y ejércitos sable en mano. El actual poder de las armas autoriza a las destructoras mentes a permanecer alejadas del peligro contabilizando la eficacia criminal de sus inventos. Pero la gran paradoja se sostiene, porque quienes creen dominar la sociedad con la contundencia de sus recursos bélicos tienen necesariamente que admitir que no logran la paz, sino un inestable sistema de conflictos reprimidos. Imponer la razón con las armas no logra sino el dominio de la razón de los vencedores sobre los vencidos, pero en modo alguno justifica la justicia y la verdad de la misma.
La lucha inerme representa el arte de la guerra de la potencias mentales mediante el influjo de la persuasión intelectual. En esta lucha se cambian las armas mortales por los recursos espirituales, cuya sustancia son los contenidos de verdad que puedan convencer o desmoronar moralmente al adversario. Su esencia radica en que la gran mayoría de la población no es violenta, y por tanto denosta el recurso de las armas, de cuya experiencia sabe que con las mismas combaten los combaten los centros de poder sin que se derive para los ciudadanos más que el triste espectáculo de la desolación, la muerte y la ruina. La lucha inerme permuta la contundencia de las armas por la aplicación de los esfuerzos intelectuales a la argumentación ética que atraiga las voluntades de las mayorías.
Convencer es más difícil que vencer, por lo que la solvencia moral de un sistema sólo se impone tras un esfuerzo continuado en el que la plasticidad de los discursos se contrasta con la efectividad de las aplicaciones prácticas. El legítimo combate de las ideas que tiene como fin atraer partidarios a las tesis para consolidar una sociedad justa, objetivo último de toda política. La convivencia es consecuencia de un consenso por el que las partes acuerdan el respeto mutuo para la promoción de sus respectivas esferas de bienestar, y ello sólo es posible de realizar, salvando la libertad de las partes, si se institucionaliza el diálogo constructivo. La lucha inerme se convirtió desde hace años en estandarte del pacifismo que, como se ha demostrado, no supone acomodo a los dictados del sistema sino la interpretación desde la libertad del derecho a construir las sociedades de progreso desde el concurso de las mayorías no violentas. Los autoritarismos violentos han sido, como la historia enseña, obra de grupos con desproporcionada capacidad entre sus grandes medios de poder y el pequeño porcentaje de población que los formaban. Por razones económicas, militares o religiosas, unos pocos influían definitoriamente sobre la masa social quien, carente de estructura que aglutine su verdadero parecer, es arrastrada hacia una violencia con la que personalmente no se sienten identificados.
La democracia ha querido evidenciar la viabilidad de la lucha inerme como forma de regular los excesos de las minorías con la decisiva trascendencia de la opinión de las mayorías. Frente al dictado del poder parece consolidarse una responsable autoridad como imagen de la expresión ética de la población. La novedad surge de la porción garantizada de poder que a cada ciudadano se le asigna con su voto como mejor medio de lucha inerme para el reconocimiento de sus derechos e ideales.
La lucha inerme se construye desde el poder de la palabra, máxima manifestación de la libertad de espíritu, manifestada en los medios, en las instituciones, en la manifestación pública, en la resistencia pacífica, en la huelga, etc. De la palabra cabe incluso la rectificación por el error, en contra del daño irreparable que el arma deja. Cuando se cierran los cauces de diálogo y se intenta silenciar el derecho a discrepar parece que se inhabilita toda oposición, pero muy en contra lo que se está es cercenando el medio pacífico de resistencia por excelencia, favoreciendo el germen de la reacción violenta, cuya neutralización habitualmente no se logra sin pagar la sociedad un alto precio.