PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 26                                                                                           MAYO - JUNIO  2006
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 POTENCIAS NUCLEARES

 
La reivindicación del estado de Irán al uso de la tecnología nuclear ha abierto en el concierto internacional el debate sobre las condiciones con que se debe tratar esa energía para limitar el posible uso militar que entrañara una mayor inestabilidad en la seguridad mundial.
La descomunal potencia destructiva de la energía atómica la sitúa como una amenaza real para los pueblos que pudieran sufrir sus efectos, pero también un recurso de poder que, bajo la imagen de defensa, los estados privilegiados que la poseen exteriorizan su posición de dominio en el marco estratégico político militar mundial. Aspirar, por tanto al rango de potencia nuclear representa una consecuencia lógica de aquellos estados cuya pretensión política es la de hacer valer decisoriamente su posición en el orden internacional. Por el contrario, dado que la afluencia de nuevas potencias reducen el valor proporcional de cada una en el concierto internacional, las que ya tienen una posición de privilegiada de dominio, como consecuencia de su condición de vencedores en la guerra mundial del pasado siglo, no admitirán variaciones sobre la estrategia establecida.
Si por encima de los intereses parciales de cada estado se requiere considerar lo que realmente impulsa la seguridad mundial, habría que concluir que sólo el desarme garantiza una cierta perspectiva de paz, o si no de paz, al menos, un cierto control sobre las consecuencias destructivas de los conflictos. Desde este punto de vista la moratoria armamentística nuclear es algo positivo, pero el problema es que la misma, en cuanto perpetúa situaciones de flagrante injusticia en la atribución del poder internacional, no resuelve satisfactoriamente un problema que la perspectiva democratizadora de las emergentes potencias consideran desequilibrado e injusto. El progreso económico permitirá en algunos años que el acceso a la tecnología nuclear esté el alcance de nuevos pueblos, lo que unido a la expectativa de un paulatino agotamiento de los recursos energéticos más convencionales podría generar un incremento de los países que proyecten el tratamiento y enriquecimiento de los materiales radiactivos para su mayor autonomía energética. Quizá, por ejemplo, Sudáfrica, Nigeria, Brasil, España o Japón pudieran decidir en algún tiempo ejercer el legítimo derecho para desarrollar su propia energía nuclear.
El fundado temor a que una vez desarrollada la tecnología atómica prospere el paso desde los fines pacíficos a los militares está más que fundada con sólo observar cómo las potencias actuales han desarrollado su propio armamento. Pero ese temor debe encauzarse en que la comunidad internacional propicie el desarme y el control nuclear desde una estructura de justicia que contemple por igual los controles de uso para todas las naciones. Reforzar el control internacional para garantizar la seguridad no puede sostenerse desde que su ejercicio se realice desde el dominio de las grandes potencias, porque del desequilibrio engendrado sólo caben perspectivas de contestación y conflicto.
La intervención de los organismos internacionales debe evolucionar a generar soluciones justas y equitativas para todos los países, porque sólo así se podrán considerar que favorecen una estructura estable y animarán la concordia internacional.
La credibilidad de las políticas de los organismos internacionales se acrecientan con su decantación democrática y sólo desde el buen hacer gozarán de una reconocida autoridad para favorecer la paz. Corresponde a un marco de progreso el que los estados mejoren los acuerdos internacionales referentes al uso pacífico de la energía nuclear con la pertinente creatividad de que todas las instalaciones, incluidas las de las grandes potencias, queden bajo un control supranacional que sea quien administre las materias primas, su trasformación, su uso y su tratamiento residual. También el progresivo y multilateral desarme atómico sin excepción, que desde la garantía de la eliminación de las recíprocas amenazas haga innecesaria la escalada armamentística de quienes hoy o mañana pudieran sentirse amenazados por las actuales potencias atómicas.
El equilibrio puede ser más inestable, como el de la guerra fría, o más estable si es potenciado por el desarme; pero el desequilibrio que proviene de la injusticia del dominio de poder de unos sobre otros perpetuamente la historia ha demostrado cómo es la causa más radical de las guerras. Trabajar globalmente por la seguridad no puede construirse desde la premisa de que existen potencias buenas y malas, porque las potencias no tienen moral sino intereses.
Reconducir la política nuclear mundial es una de las tareas que debería asumir la UN, pero sobre unas bases que contemplen un justo trato para todos los estados, para que todos puedan ejercer el legítimo derecho a su desarrollo, pero sin que ello suponga una amenaza a la paz, y sin que consolide injustas posiciones de poder. Sólo la credibilidad de una política así substanciará la confianza de que es posible entre los gobiernos de los estados la aproximación a la concordia en que sus poblaciones más fácilmente coexisten.