PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 26                                                                                           MAYO - JUNIO  2006
página 9
 

 PROGRESISTAS Y CONSERVADORES

 
Permítaseme, señores, exponer mi particular concepción sobre la diferencia que reina entre las opciones políticas conservadoras y progresistas. Durante mucho tiempo he creído entender que las diferencias  radicaban en las ideas, pero analizando la evolución de las mismas resulta que no pueden ser ella de por sí calificatorias, por la gran evolución que en la historia sufren dentro de cada opción.
Para mí, creo que la distinción entre progresismo y conservadurismo hay que considerarla en la relatividad mental con que el ciudadano afronta la permanente construcción de la sociedad.
Para algunos, la esencia del compromiso social está en llevar hasta las últimas consecuencias del marco de las relaciones sociales los comportamientos debidos por las personas según la concepción personal de la propia experiencia interior. Esto se realiza de acuerdo a que se categorizan los propios criterios como verdades absolutas sustentando un entramado ideológico estable que deja poco margen a la evolución y reconsideración del posicionamiento político. Esta característica es la que, a mi criterio, define más esencialmente la concepción conservadora de la sociedad.
El progresismo respondería a una liberalidad emocional respecto a la vigencia de los fundamentos sociales, considerando la permanente verificación de los mismos de acuerdo a la evolución del entorno social. Una cierta relativización de la concepción de la verdad, que llevaría a que la sociedad se deba acoplar en cada momento a los criterios que se consideran convenientes en esas circunstancias, tiempo y lugar.
Esta forma de analizar la distinción entre progresistas y conservadores en virtud de posicionamientos mentales y no del contenido en sí de las ideas políticas es coherente con que puedan considerarse conservadores idearios tan dispares como los fundamentalismos religiosos, el fascismo, el liberalismo o el comunismo. Todos ellos tienen en común lo dogmático de su ideología, que exige a sus seguidores la docilidad mental a sus principios.
Ser progresista no representaría una peculiaridad de las derechas o de las izquierdas de acuerdo al régimen que contestan, sino más bien la consideración de que la sociedad es una estructura sujeta a una permanente superación, la que se articula por la modificación de la perspectiva de las relaciones, cuya vigencia se consolidan según el grado de percepción de satisfacción que reporta para los ciudadanos.
Desde estas consideraciones las opciones conservadoras estarían vinculados a un posicionamiento más radicalizado que puede ser consecuencia tanto de la experiencia de vida en personas de edad, como fruto del apasionamiento juvenil que idealiza unos valores más allá de su lógico contraste mental.
El progresismo, en cambio, se consolida dada vez más como una defensa de la libertad de pensamiento desde el recurso a que la diversidad de las aportaciones y experiencias de la comunidad representan en elenco de alternativas que, en más o menos consideradas por los ciudadanos, va perfilando los cambios generacionales y la dinámica cultural y social de cada momento. Salvando todas las restricciones posibles, podría decirse que se adecuaría más esta opción en los sectores intermedios de cada generación, cuya personalidad permanece  receptiva a lo que la vida de mejor pueda deparar.
Concluiría que ser conservador o progresista no está tanto en la alineación con una y otra tendencia política, sino en cómo dentro de cada tendencia se visualiza la renovación de las estructuras del propio sistema para ajustarlas a lo que la sociedad demanda en cada momento histórico.