PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 27                                                                                           JULIO - AGOSTO  2006
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LA TERCERA REVOLUCIÓN

 
Las dos grandes revoluciones sociales de la modernidad corresponden a la revolución burguesa que, aunque con distintas localizaciones focales, puede considerarse que se consolida en los siglos XVII y XVIII, terminando con el denominado Antiguo Régimen cuya característica era el que por raigambre se detentaba el poder de modo prácticamente absoluto.
La segunda gran revolución tuvo su desarrollo en el siglo XIX, extendiéndose a la primera mitad del siguiente siglo. Esta revolución corresponde a la exigencia del proletariado a participar de los beneficios de la revolución industrial. El progreso generado por la aparición de la industria, fruto de una progresión acelerada de la tecnología, presagiaba unos beneficios espectaculares, porque la producción en cadena permitía por primera vez en la historia culminar la especialización, de modo que un centro de producción permitía el suministro comercial a tantos y tantos posibles clientes, generando un margen de beneficio que capitalizaban espectacularmente a las compañías mercantiles. Esta segunda revolución tuvo por objeto dignificar al productor distinguiendo sus derechos como persona sobre los de las máquinas productoras. Revolución que se mantiene en el siglo XXI en los países en vías de desarrollo por la influencia de las transnacionales, pero perfectamente identificado en su definición sociológica.
Una tercera y nueva revolución, cuya trascendencia nos es desconocida, es la que se está originando en el siglo XXI y que básicamente responde a la conciencia universal de democracia por la que todos los ciudadanos del mundo se consideran portadores de iguales derechos y exigen un nuevo orden mundial que garantice el efectivo ejercicio de los principios y derechos democráticos.
Esta revolución no es nueva, pues el reconocimiento de los más elementales derechos democráticos no han sido  extendidos a la universalidad de la población sino tras muchas reivindicaciones, y muy especialmente no sin muchas dificultades al género femenino o a las clases serviles. Pero la conciencia democrática de: una persona, un voto, y la igualdad de derechos políticos para todos se extiende como la panacea universal y sus consecuencias supondrán una nueva estructuración de la política global.
Algunos de los efectos inmediatos de esta tercera revolución ya se están percibiendo en lo que viene a llamarse populismo, por cuyo efecto los partidos dirigidos por las minorías oligárquicas del pasado son desplazados por agrupaciones de escasa estructura política pero que cuentan con el apoyo popular como esencial reacción a la ineficaz gestión de la justicia de los gobiernos tradicionales. Un pequeño progreso cultural ha permitido sensibilizar a la población de su poder como protagonista de su acción electoral y ello está removiendo las estructuras de algunos países, cuya trascendencia individual quizá no sea relevante, pero como tendencia sociológica no puede ser desatendida.
También surgen tensiones entre los países siglos atrás colonizados y ahora independientes, cuya pretensión democrática es contestar a la situación de hecho de la hegemonía de las grandes potencias surgidas de las contiendas bélicas del siglo XX. Pretender el nuevo marco de igualdad de derechos que estos países pueden auspiciar desbarata y enfrenta los intereses de las potencias en su más profunda contradicción de presentarse como guardianes de la democracia y tener que gestionar, para sostener sus prevendas, sorteando los principios esenciales de la misma.
Es evidente que en un universo de enormes desigualdades sociales la generalización del ejercicio de los derechos democráticos supone el vaticinio de un vuelco de las estructuras de poder hasta ahora sostenidas, comenzando por la reordenación de las estructuras de los organismos internacionales para que respondan a una auténtica representación democrática.
Pero uno de los derechos democráticos que con más vehemencia se proyecta sobre los próximos decenios del presente siglo es el de la migración. Regular el derecho humano a cambiar de territorio para procurarse unas condiciones dignas de vida está pergeñado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, cuando en su artículo 13.2 proclama: Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país. Y en el artículo 15.2: A nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad. En el artículo 25.2, leemos: Toda persona tienen derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como  su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios necesarios... Y en el artículo 28: Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos. El que los pueblos migren en busca de la efectiva realización de sus derechos humanos se convierte en la necesaria respuesta a un orden que no ha sido capaz de generar un equilibrio para la promoción de estos derechos en una inmensa parte del mundo y cuyas poblaciones sabedoras de los derechos que les asisten por ser personas los han de hacer valer migrando a donde esperan puedan ser realizados.
La tercera gran revolución sociológica de la humanidad está clamando en las fronteras de los países opulentos con una vehemencia que quizá no puedan controlar las grandes potencias por más que levanten murallas y fortifiquen sus fronteras para resguardar los beneficios que consiguen desde sus posiciones de dominio en el mercado global. Pero la ley de la demografía favorece a los países emergentes en el juego democrático porque sus jóvenes poblaciones les sitúan en situación privilegiada en la contabilidad de: un hombre, un voto.
La democracia diseñará el libreto de la tercera revolución y quién sabe si por esta vez la misma se representará con voces templadas y músicas de acordes en vez del estruendo de las armas guerreras.