DOBLE MORAL
La hipocresía constituye una de las variante más deleznable de la interpretación fraudulenta de la ética, porque tiene como objetivo el presentar al mal como bien, en base a una justificación de identidad moral por la que una interpretación ideológica subjetiva justificaría la bondad de la propia actuación. Con este método, casi todo puede ser amañado para presentar las propias acciones y decisiones como acordes a una moral que las justifique, aunque la misma moral que se predica, por su intrínseca condición de moral, condene la realización de hechos como aquellos como expresión del mal. Por ello la hipocresía se constituye como uno de los rasgos de la personalidad más contrarios a la condición ética de la persona, porque al interpretar fraudulentamente el mal como bien, imposibilita la autoconciencia del error y la rectificación de la conducta.
Una de las manifestaciones más elocuentes de la hipocresía es aquella que establece una doble moral para juzgar los hechos, según los realice aquel a quien se deplora o el entorno de la persona, y según ello se aplica con diferente laxitud la norma, condenando o aprobando según subjetivamente se ajusten los hechos a los propios intereses. Para los demás la norma se aplica de modo contundente, rígida y vehementemente, sin espacio para la excepcionalidad o la epiqueya. Para los propios actos, en cambio, cabe siempre la interpretación más amplia de la norma, justificando, si es necesario, una adecuación de los hechos a la misma en función de una multitud de fines y circunstancias que la afectarían modificando la calificación que de la simple aplicación de aquella una mente imparcial haría.
La doble moral se da en muchas conciencias, y sin temor a caer en mucho error se podría afirmar que prácticamente todas las conciencias a lo largo de la vida sucumben a esta desviación de la ética en alguna ocasión. Ello no es más que consecuencia de que juzgamos mucho y de que nuestro amor propio nos hace muy benévolos con nosotros mismos. Pero esta doble moral se hace especialmente patente y grave cuando rige la personalidad de aquellas personas que por delegación de la sociedad ejercen puestos relevantes de interés público. Autoridades que por su prestigio y condición moral deberían ser ejemplares, como las autoridades intelectuales y académicas relevantes, quienes ocupan cargos en las jerarquías de las confesiones religiosas, los jueces y magistrados y los políticos. Quizá sean éstos últimos quienes más se aferran al uso de esta doble moral, quizá porque estiman que lo que les mantiene en el poder es más la justificación por sus palabras que la ética objetiva de sus actos, y por ello se encuentran obligados a justificar moralmente todas sus actuaciones y a condenar los movimientos de las formaciones contrarias, por más que ambas caigan en la misma vulneración de una norma moral universalmente admitida.
Ejemplos de cómo se condena el asesinato por apeladas formas de terrorismo y se exonera el asesinato por la guerra inmoral e injusta cuando la propicia los intereses de las grandes potencias. Ejemplos de cuántos raseros distintos existen para la interpretación de la norma que prohibe la explotación del hombre por el hombre. Ejemplos de militares que encabezando cualquier tipo de alzamiento o proceso revolucionario se definen a sí mismos como libertadores cuando con sus actos no reprimen sino la libertad. Ejemplos de quienes desde la valoración de la democracia manipulan a su antojo los organismos internacionales que deberían constituir referencias precisas de la esencia democrática. Ejemplos de autoridades que cohabitan con una corrupción que merma cualquier posibilidad de desarrollo social para los ciudadanos a quienes se deben por razón del cargo. Ejemplos de cómo una sociedad opulenta mira hacia otro lado, sin asumir su responsabilidad, cuándo por el sostenimiento del sistema que les facilita el bienestar que les permite mimar a sus hijos mueren de hambre o por carencia de una mínima atención sanitaria un niño cada tres segundos en el mundo. Podríamos seguir editando una interminable lista de modos que encierran una actitud de doble moral en autoridades públicas y en ciudadanos con responsabilidades políticas, pero ello no nos serviría de nada si cada cual no reflexiona acerca de su conducta ética y de la adecuación de la misma a los principios objetivos sobre la que se construye. El bien que a todo ciudadano le corresponde realizar no tiene más interpretación que su efectiva realización, porque la auténtica ética no admite más norma de valoración que el bien realizado a los demás y el mal provocado al prójimo como consecuencia de actos directos, patrocinados u omitidos; al final, la única moral radica en esa cuantificación, sin subterfugios donde cocinar una conciencia a la carta.
La personalidad hipócrita, así como la cínica, ha sido una constante en la historia de humanidad, pero quizá nunca más que ahora, que se presenta la democracia como garante de la autenticidad, podría esperarse una renovación de valores, pero, por lo que se puede constatar, se sigue obrando con modos parecidos, con los que cada cual no busca sino la protección de sus intereses aunque para ello la verdad y la ética sigan esperando el momento en que el hombre las considere como el auténtico valor que haga del ser humano una criatura conforme a su dignidad.