PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 28                                                                                           SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2006
página 4
 

EL FUNDAMENTALISMO OCCIDENTAL

 
Aunque generalmente se entiende por fundamentalismo la transposición a la sociología del rigor doctrinario religioso, un análisis más profundo revelaría que la religión representa en el fundamentalismo principalmente una función coercitiva puesta al servicio de una ambiciosa causa social de dominio o liberación.
Las primeras acepciones del fundamentalismo en la lengua se emplean para definir la actitud de un movimiento surgido en ciertas comunidades norteamericanas durante el primer tercio del siglo XX que exigían una transposición a la vida social de las exigencias bíblicas interpretadas desde una rigurosa lectura literal. Otra forma de fundamentalismo se erige a mitad del mismo siglo para aglutinar las fuerzas del sionismo internacional en la construcción de un Estado garante de la reunificación judía. Una más reciente forma del fundamentalismo, y quizá la más divulgada de sus acepciones, es la de quienes proclaman el estricto acatamiento social a la ley coránica.
Interpretar el fundamentalismo sólo como determinación religiosa se sigue de un análisis superficial del tema, ya que similares determinaciones sociales se aprecian también en movimientos o ideologías que imponen su ley o forma de interpretar las relaciones sociales con idéntica determinación que las sustentadas por algunas facciones religiosas. Podría pensarse, por ejemplo, en el marxismo, que de su interpretación de la negación de cualquier realidad espiritual o religiosa fundamentó una exigencia moral a su doctrina superior en dominio y sumisión a cualquier otro adoctrinamiento de la Edad Contemporánea.
En su estructura profunda el fundamentalismo habría que entenderlo como la consolidación de un diseño de sociedad desde un marco que favorece la preeminencia de potestad dentro del grupo, y desde el grupo la transposición de los propios intereses en el entramado social. El fundamentalismo pretende construir un orden peculiar de cuyas exigencias de radicalidad se siga una corporación de poder. Precisa una importante dosis de fe en los beneficios del proyecto, y para que sostenga aglutinado al cuerpo social se recurre con frecuencia a la peculiar forma de raciocinio que confiere el fanatismo religioso.
Podría pensarse que la civilización occidental, desde el desarrollo de la filosofía racionalista, habría superado cualquier el fanatismo como el que a consumió a Europa en las guerras de religión, pero sin embargo existen síntomas de que Occidente, aun desembarazándose del determinismo doctrinario religioso, no ha sin embargo cedido a perder la idea de hegemonía que la imperialización de la religión le confió.
La idea de dominio moral sobre el resto de las culturas y civilizaciones del mundo es lo que constituye la esencia de un fundamentalismo occidental construido no por la sujeción a una ley trascendente sino sobre una pragmática cuya objetivación está en los beneficios obtenidos mediante la aplicación de la fuerza para alcanzar una posición total de dominio, lo que se ha constituido como norma fundamental desde la cual interpretar su acción sobre el resto de la humanidad.
De igual modo que en los fundamentalismos religiosos la dimensión de la religiosidad personal es absolutamente intrascendente, porque se soporta sobre el único valor de la función de aglutinación sociológica, en Occidente la ética personal se diluye cuando los ciudadanos han de respaldar la entidad del dominio estatal.
Todo fundamentalismo se basa en la apropiación de la conciencia de los ciudadanos por el riesgo de la pérdida de un bien. Cuando se utiliza como medio coercitivo la religión, el fundamentalismo proviene de la atemorización por la pérdida de la identidad que confiere la salvación trascendente en otra vida posterior. Sin embargo, cuando lo que se puede perder son los bienes y la posición de privilegio que se disfruta, la conciencia se entrega al servicio del Estado, para el ejercicio del dominio, con una gran facilidad.
Cualquier tipo de fundamentalismo, como exigencia de sometimiento a una costumbre o ley, choca con la experiencia de libertad. Cuánto mayor es la razón de libertad menos se acata cualquier posición extrema de dominio. Por ello la profesión libre de la religión se opone al fundamentalismo tanto como la ética se enfrenta al imperialismo. La libertad se conjuga desde la asunción de la verdad y ésta sigue a la intuición racionalizada. Por eso todos los fundamentalismos requieren de la fuerza como su más directa expresión.
Occidente exige al resto del mundo sumisión a su potencial preponderante, tanto en su poderío militar como en su posición de privilegio en los organismos de decisión internacionales, sin percibir que ello no sólo supone la persistencia del desorden moral de la época colonial, sino la pretensión de fundamentar las relaciones globales desde el marco de sus sistemáticas imposiciones, lo que para las restantes culturas supone de hecho la sumisión a un precepto sin contenido moral, más si se tiene en cuenta que la historia de los últimos siglos de Occidente no es nada ejemplar.
Para algunos la solución radica en el enfrentamiento entre las diversas radicalizaciones hasta imponer una sola ley. Otros defienden la convergencia pacífica hacia un nuevo orden basado en la solidaridad, y en el respeto común y en la revalorización de la libertad personal más allá de cualquier determinación que limite su responsabilidad.
Hay razones para caer en el pesimismo, pero es preciso ayudar a meditar a los occidentales en que no existe imperio eterno, y que cuanto no se haya hecho por la paz algún día se volverá contra ellos mismos.