PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 28                                                                                           SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2006
página 10
 

AMAR AL DÉBIL

 
La correspondencia que se busca en toda relación queda desequilibrada cuando una de las partes no puede satisfacer a la otra en justicia por falta de recursos, de modo que la relación en sí no es de justicia sino aparentemente desequilibrada.
Esto podría pensarse de toda relación hacia el más débil, porque precisamente son débiles por carecer de medios con los que intercambiar bienes en un relación de equidad. Por ello la característica esencial para que un relación con el débil sea justa es que sea una relación de amor o solidaridad, en la que la recompensa que equilibra la justicia debida en toda relación proviene de una satisfacción intelectual desmaterializada relacionada con la capacidad creativa hacia el bien.
La intuición esencial del espíritu humano es la noción de bien a la que aplica su inteligencia para obtener en su entorno entidades que generen beneficios para su persona, el primero de ellos mediante la concurrencia a las relaciones con otras personas y el segundo transformando la naturaleza. En esas operaciones se descubre asimismo la desigual capacidad de las personas, lo que da lugar a una doble posición intelectual: Dominar al más débil o ayudar al más débil. En la primera intuición el bien se realiza unidireccionalmente y aunque produce un bien a una de las partes para la otra se sigue un mal, de lo cual se deduce que la cualidad del bien no es absoluta sino subjetiva en función del sentido de su aplicación, y por tanto no puede hablarse de bien pues nada posee la entidad de lo que no lo es en plenitud. En este caso se debería hablar con propiedad no de bien sino de beneficio.
En cambio, cuando ante una relación desigual se ayuda al más débil, de modo que a éste se le aplica plenamente el sentido del bien, se podría pensar que para la otra parte se sigue un mal para salvar la ecuación de desequilibrio, pero la experiencia nos demuestra cómo la mente del donador se sabe recompensada internamente con un bien de naturaleza intelectual que equilibra la aparente desigualdad en la relación habida. La ayuda no merma la posición del fuerte sobre el débil sino que le reconforta no por el dominio sobre el débil sino por una perfección del dominio de sí mismo que se concibe como la máxima expresión de la perfección posible.
Ese sentimiento interno del dominio del poder propio para ayudar a los demás es la realización del amor, que se manifiesta en su mayor integridad en cuanto más es la distinción de recursos de las partes de la relación. Pero el amor hacia el débil no es de naturaleza sino que sigue un proceso de maduración por la experiencia interior. La imposición del propio interés parece más acorde con la tendencia animal común con la especie humana, de la que parece que el hombre sólo se despega por una educación adecuada, pero sobre todo por la experimentación del sentimiento de satisfacción interior que sigue a cualquier accción de ayuda desinteresada. Por ello saber descubrir dónde está el débil que necesita más ayuda no sólo produce la satisfacción consecuente, sino que favorece los sucesivos comportamientos de los que, aunque cada vez se aprecie menos la satisfacción inmediata, se estima un sentimiento permanente muy positivo de la propia consideración.