MATERIA ETÉREA Y ESPÍRITU
El descubrimiento de las radiaciones, que ha otorgado estado científico a la energía, ha supuesto una ayuda fundamental para la cosmología porque ha permitido completar el mapa conceptual del orden material de la naturaleza. La justificación filosófica del cambio sustancial se sustentaba en la transformación sucesiva de una única materia prima, pero, mientras la percepción de la realidad del cambio se hacía tangible, la causa material del mismo se mantenía impenetrable más allá de lo que por sus efectos permitía predicar. La despreciable masa material de la energía la hacía impenetrable a la percepción, lo que permitió a alguna filosofía especular sobre el influjo de causas trascendentes en la transformación de los cuerpos.
La consideración de la energía como un estado de la materia es muy acorde a definiciones tan antiguas sobre la materia prima como la que ofreció Aristóteles, quien percibió que la materia de todos los cuerpos era única y la misma, estando determinada en una forma que la definía en cada una de las sustancias existentes. Que todas las sustancias materiales están constituidas por materia ha sido siempre obvio, y, aunque la definición de la composición material no era relevante para la filosofía, sí lo es el que un estado de esa materia alcance el límite de la desmasificación, siendo perceptible sólo por sus efectos, no por su corporeidad, entendiendo ésta como la masa material sustento de los accidentes que la hacían perceptible a los sentidos e identificable como cuerpo material.
Esa capacidad de la materia de desmasificarse hasta hacerse etérea ha generado la confusión de que algunos la atribuyan propiedades propias de los espíritus, o que éstos sean reducidos a la categoría de energías materiales. Entre la materia y el espíritu existe una clara distinción sustancial que no guarda relación con el estado en que se encuentre la materia, porque una característica esencial del espíritu es la carencia total de materia. La materia etérea no es menos material porque sea menos perceptible, sino que está plena y totalmente integrada en la misma, tanto como que todos sus efectos son físicos, o sea, que afectan al orden de la materia. El error de atribuir esencia espiritual a la energía no puede provenir sino de la ignorancia de la ciencia de la física, ya que si la energía ha sido descubierta desde la investigación de las partes atómicas de la materia, es evidente que pertenece esencialmente a la misma.
Es más común el error contrario: el suponer que los espíritus no tienen entidad propia, o sea, que no existen; y que su predicación filosófica corresponde a un estado del saber superado. La desmaterialización espiritual se identificaría realmente con el estado energético de la materia, existiendo el solo mundo material. La individuación espiritual se seguiría de la convergencia de las características peculiares energéticas que confluyen sobre cada realidad.
La crítica sobre la anterior tesis del materialismo radical la realiza la filosofía desde la percepción del hombre en su realidad existencial. La entidad espiritual la identifica esencialmente en su conciencia de libertad, como una sustancia determinante y no determinada. Lo propio de las esencias inmateriales es que no pueden ser percibidas sensorialmente porque no poseen elementos que puedan entrar en relación con los sentidos. La percepción sensible no es otra cosa que un relación causa-efecto entre los accidentes perceptibles de sus sustancias materiales, una de las cuales se comunica a la otra en virtud de efectos físicos que se trasmiten a través de un medio. Dado que los espíritus no poseen cualidad física alguna, no pueden ser objeto del conocimiento sensible.
Las distinciones principales entre las materias etéreas y la realidad espiritual, según las distingue la filosofía, son:
- La materia, sensible y etérea, es una realidad cósmica en permanente transformación, ya que todas sus sustancias están formadas por elementos más simples que entran en relación. Entre las esencias espirituales, en cambio, cada una es simple y única, aunque puede haber entre ellas, como la hay, semejanza.
- La materia ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma originando nuevos cuerpos por la adecuada combinación de las partes. Los espíritus necesariamente han de ser creados y aniquilados, porque, a diferencia de la materia, al carecer de composición no admiten posible transformación.
- La materia está plenamente determinada por la potencialidad física de sus partes, de modo que sus actos corresponden a la necesidad física de cada uno de sus elementos constitutivos, desde los más simples y atómicos. El espíritu no está determinado sino en su realidad existencial, como consecuencia de ser creado, pero según su modo de ser propio sus actos no están determinados, al carecer de composición, sino que son determinantes según la libertad de ejercicio que manifiestan.
- El conocimiento que sigue a la percepción de la realidad exterior de los cuerpos vivos es siempre progresivo, en función de la computación de percepciones asimiladas. En cambio, las sustancias espirituales perciben tanto su existencia como la realidad exterior por intuición, o sea, en un acto de conocimiento cuyas ideas no son resultado de una elaboración de múltiples computaciones relacionales, sino ideas simples que abarcan realidades completas; lo que no obsta para que el conocimiento espiritual se alimente sobre el conjunto del saber construido sobre sucesivas intuiciones.