PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 29                                                                                           NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2006
página 9
 

CENTRAR LA DEMOCRACIA


Podemos pensar los occidentales del siglo XXI que nuestros abuelos fueron los padres de la democracia, pero  ello lo hacemos olvidando que la democracia ya era un aspiración política de los pueblos helénicos, aunque entonces y ahora parece que es débil la consistencia moral de la misma, porque aun cuando como argumento teórico es sostenida por las grandes mayorías, en su aplicación práctica se encuentran tantos recelos que hoy como ayer parece más un sistema formal que una verdadera estructura política consolidada.
Para que la democracia se instituya socialmente es necesaria la convicción democrática de los ciudadanos, porque otorgándoseles por definición el protagonismo del poder sólo lo podrán ejercitar eficazmente cuando sean conscientes de cuál es el compromiso político que les abarca y cómo deben ejercitarlo responsablemente.
La política, como forma de ordenar las relaciones comunes que se dan en la sociedad, se fundamenta en hacer valer las propias convicciones como los modelos ideales de estructura de relación pública, que por ejemplares deben configurarse como valores de referencia para la concepción de la dimensión social de las relaciones ciudadanas. Pero, al seguir la política en democracia la concurrencia pública, lo esencial radica en la difusión de esos determinados valores, por los que se crea una auténtica doctrina social en torno a cada una de las tendencias, cuyo objeto es ganarse a las más posibles personas a la causa política para gozar de poder efectivo en la sociedad.
La defensa de los valores ideológicos en el sistema democrático se ha generalizado en torno a asociaciones con tal fin, denominadas partidos, cuyo fin es potenciar los medios capaces de ejercer el poder en representación de la generalidad de los ciudadanos afines a una determinada tendencia ideológica. Pero no debe caerse en el error de confundir ideologías y partidos, porque las primeras representan valores sociales, y los segundos programas de acción. Cuanto más amplio es el espectro ideológico más posibilidades existen de que varios partidos asuman en su acción la proyección de parte de los valores de aquellos.
Existen, en cambio, partidos cuya pretensión no es reflejar los valores de la sociedad sino imponer su programa de acción como ideología, considerando que es la sociedad la que debe confluir con sus exigencias y no ellos reflejar la tendencias variables de la colectividad al entender los modos de vida social. Estos partidos constituyen lo que comúnmente llamamos extremismos.
Para que la democracia no sea un sistema únicamente formal se exige que la realización política no fracture la sociedad, lo que sólo se consigue con el ejercicio de la tolerancia por la que la acción política tiende a conformarse respetando la mayor gama posible de los valores que aprecian los ciudadanos. Lo que sólo es posible si la sociedad democráticamente exige a los partidos el abandono de la radicalización extremista hacia posiciones que contemplen el respeto en la acción política de aquellos valores que, aun no afines a la ideología próxima en que se inspire un partido, tengan arraigo en la sociedad.
Considerar la democracia como un medio desde el cual imponer una ideología partidista ha  concluido siempre con la conculcación de la democracia y del ejercicio de la libertad. Que las ideologías se construyan sobre las certezas que inspiran sus valores no garantizan que correspondan a universales y definitivas formas de la relación social, y por ello su imposición es una temeridad que entra en colisión con la necesaria convergencia de ideas que hace posible la democracia.
Es evidente que los extremismos políticos ocupan un espacio en la sociedad democrática, porque la misma no excluye a ninguna tendencia que respete los derechos humanos, pero entre esas tendencias extremas existe otra forma de concebir la política más independiente de la carga ideológica y más pegada a las demandas ciudadanas que constituye el denominado centro político. Lo natural de ese centro es flexibilizar los postulados ideológicos para que la acción de gobierno encuentre el mayor respaldo ciudadano o, al menos, el mínimo rechazo frontal. La moderación, por tanto, será la característica de este espacio. Moderación que no supone pasividad o conservadurismo, sino proyección constante en acercar la política a atender los requerimientos ciudadanos.
Cuando los partidos políticos se aproximan hacia el centro lo que les caracteriza es una intensificación del diálogo con las fuerzas sociales por el permanente interés en constituirse como referencia política común.
Esa disyunción entre radicalidad ideológica y centro dificulta a muchos partidos encontrar su adecuada entidad en cada momento, porque se debaten con frecuencia entre el deberse a los sectores ideológicamente más genuinos o a la adaptación permanente al cuerpo social más numeroso. Sería necesario entonces recordar cómo la democracia exige convencer más que vencer, y si los principios ideológicos que se sostienen no calan en la sociedad será signo del distanciamiento que se ha tomado respecto a ella.