SEGUNDA VIVIENDA
El sostenimiento de los recursos materiales del mundo es uno de nuestros primeros deberes como seres humanos, si no queremos arrebatar a nuestros descendientes la posibilidad de heredar nuestro bienestar. El equilibrio del planeta no se respeta actuando de modo arbitrario, porque los recursos se regeneran a un ritmo que debe ser tomado en cuenta para no romper la cadena de la generación de lo que favorece el bienestar. Consumir desproporcionadamente no sólo puede ser un vicio insolidario, sino que conlleva la ruptura de una adecuada relación hombre-naturaleza.
El hábitat de cada hombre en su más elemental dimensión está constituido por la vivienda que habitamos, que nos proporciona no sólo cobijo de las inclemencias atmosféricas, sino espacio de relación íntima donde desarrollarnos como personas. Por eso, el acceso a una vivienda constituye uno de los derechos fundamentales del hombre que debe ser protegido y amparado por la comunidad política en que nos hallamos integrados.
Las poblaciones ricas a veces transforman la vivienda en un bien de lujo, considerando como tal aquel que pocos en la sociedad se pueden permitir. Así desde muy antiguo los palacios y las mansiones constituyeron la expresión de la alcurnia o de la reciente ascensión social de la familia. La vivienda en tales casos habría extralimitado la función de guarecer para convertirse en una auténtica enseña del nivel de bienestar.
En los últimos tiempos se ha generalizado en entornos sociales muy favorecidos la idea de poseer más de una vivienda. Lo que para muchos fue una consecuencia natural de la migración desde el campo a la ciudad, para las nuevas generaciones se está constituyendo a modo de capricho para gozar alternativamente de una vida rústica o de contacto con otras prestaciones de la naturaleza, como la playa, prácticas de deporte elitistas, etc. El caso es, que cada vez más, se está instalando en la sociedad la necesidad de vivienda alternativa a la de la ciudad. Se busca el bienestar que procura, pero se ignora las consecuencias sociales que esa tendencia genera.
Tener más de una casa supone en primer lugar un impacto ambiental importante, porque se precisa urbanizar el doble de superficie por persona o grupo familiar. En zonas de tierras estériles la trascendencia de esa ocupación es pequeña desde la perspectiva del hábitat, porque incluso es posible que se realice en parte una regeneración del suelo para el sostenimiento de algunas especies vegetales. En cambio, en zonas fértiles, boscosas o litorales el impacto es determinante porque se mutila la naturaleza para rendirla al interés de unos pocos, que a su vez hacen un uso alternativo de ese servicio.
Los impactos de una doble vivienda para el hábitat no son solos los correspondientes al urbanismo, sino que también se generan los propios de la superproducción. El exceso del gasto de energía, la contaminación de las fábricas de cemento y demás productos de la cosntrucción pueden parecer insignificantes para quien edifica una casa, pero valorado en su totalidad supone un factor multiplicador de la contaminación del hábitat, cuyas consecuencias en el futuro parece que deseamos ignorar.
Considerar que la política de urbanismo del planeta debe plegarse a las apetencias de una generación contagiada del afán consumista es una verdadera frivolidad. Se necesita una racional visión social de la disponibilidad del suelo para que los encantos naturales no se destruyan paulatinamente, sino que se conserven para el futuro, aunque ello deba modificar las tendencias del bienestar tal como es considerado en la actualidad. El derecho a consumir no es un derecho generado extracomunitario, porque toda la producción es fruto de la acción conjunta de la sociedad y porque sobre toda ella recaen las incidencias de la degradación de la naturaleza. El deber de no contaminar es correlativo al derecho a consumir y de la debida ordenación social de ambos se sigue una nueva forma de correlaciones de la justicia social.
La inteligencia humana está en desarrollar usos para el bienestar que generen la mínima degradación, y ello implica la planificación de un desarrollo urbanístico con un mínimo impacto ambiental, lo que debería generar leyes que regulen la protección del litoral, un escrupuloso respeto por la masa forestal y la delimitación de los espacios naturales de interés ecológico. Para ello sería quizá necesario desarrollar alternativas de utilización cíclica de los recursos urrbanos, la multipropiedad u otras formas que, limitando la necesidad del acceso a una segunda vivienda para propiedad exclusiva, palien en buena parte las costumbres adquiridas del sentido de bienestar.
Quienes han nacido en el hábito del uso de una doble vivienda carecen de referencias del valor que supone disponer de una casa donde habitar. Sin embargo, para la mayor parte de la población mundial ello supone aún un anhelo no realizado, porque su domicilio escasamente permite la supervivencia. Su derecho a una vivienda digna queda muchas veces cercenado por la especulación sobre la propiedad del suelo que impone la diferencia de rentas económicas de la sociedad.
En la propiedad sobre el suelo, así como en el uso de la energía, como en la repercusión contaminante del consumo, convendría considerar: Si toda la población mundial hiciera como yo, ¿sería habitable la tierra?