PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 3                                                                                                    AGOSTO-SEPTIEMBRE 2002
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LA PROPIEDAD ANÓNIMA


Buena parte de la discusión social entre 1850 y 1950 se centró en la legitimidad de la propiedad privada, y muy especialmente de la correspondiente a los bienes de producción. Marxismo y liberalismo, tradición y revolución se encontraban sobre esta materia.
En el siglo XXI socialmente la propiedad privada no admite discusión, pero en la crítica al liberalismo no deja de tener una gran trascendencia la consideración al espacio que la propiedad ocupa en la sociedad.
Uno de estos aspectos dignos de consideración es el progresivo anonimato de la propiedad. No es que la propiedad se presente sin dueño, lo que sería una paradoja, sino que en determinados ámbitos la propiedad se encuentra tan fragmentada que la proyección de su ejercicio en la sociedad tiende a lo irrelevante.
El surgimiento de las figuras que buscaban limitar la responsabilidad de los capitalistas en las sociedades mercantiles para propiciar la capitalización popular de las mismas hizo del siglo XX el siglo de las sociedades anónimas.
Desde la perspectiva de la rentabilidad del capital, las sociedades anónimas favorecieron el ansia especulativa del inversor, bien por la obtención de dividendos, bien por la transacción mercantil de los valores de capital. Garantizada la rentabilidad, sin embargo, la acción de la responsabilidad inherente a la propiedad no ha quedado de hecho tan bien consolidada.
La dispersión de los capitales de las grandes compañías anónimas hace que los poseedores de las minorías mayoritarias sean quienes dirijan las sociedades según los índices de su interés. La gran mayoría, la minoría silenciosa, apenas ostenta el recurso de la indignación en la junta general de accionistas en el caso que la rentabilidad de la gestión empresarial no haya sido acertada. Pero, ¿la moralidad de la gestión es asumible? Si la mayoría minoritaria no gestiona los condicionantes éticos de su propiedad, hasta qué punto no han sido desposeídos de la dimensión social más relevante de la propiedad. ¿Hasta dónde el complicado sistema liberal no centrífuga de su responsabilidad a la mayor parte de los auténticos propietarios del entramado social?
El intrincado sistema de transacciones de valores mercantiles se realiza en gran parte con los bienes de millones de pequeños ahorradores que a través de las diversas modalidades de fondos de inversión, planes de pensiones, etc. acceden a ser propietarios de una propiedad en permanente permuta en la que nadie conoce que tiene, ni a quien pertenece. Los capitales así sostienen empresas de las que son dueños sobre el papel pero sin trascendencia en la realidad. La propiedad anónima en una gran realidad.
Sin pretender ser demagogo, el sistema genera situaciones tales como que un empleado se sienta explotado por la ambiciosa gestión de una dirección sin escrúpulos que sólo busca justificar los más altos resultados ante un consejo de administración que responde a la exigencia de rentabilidad de un accionariado parte de cuya cartera está gestionada por el fondo de pensiones del trabajador mencionado.
¿No convendría plantearse si no es la misma filosofía del sistema económico-social la que debería ser revisada para devolver al hombre el dominio de su responsabilidad?
La nueva filosofía social parece que no debate actualmente, como en el siglo pasado, la legitimidad de la propiedad, sino la vinculación propiedad-persona y la responsabilidad que del uso de los bienes se contrae respecto al colectivo global. Puede cada individuo inhibirse de toda trascendencia social y contemplar sólo la rentabilidad de sus bienes, alegrarse cuando se multiplican y caracontecerse cuando menguan, pero así quizá queda cada día algo menos de sociedad y algo más de estructura.
 

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