PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 30                                                                                           ENERO - FEBRERO  2007
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CICLOS DE PERSONALIDAD


Con mucha frecuencia percibimos que el modo de ser o las ideas de las personas que nos rodean varían, y no sólo en el paso de la juventud a la madurez, sino también en las etapas en que se considera la personalidad bien definida. Esta realidad es tal que ha permitido diagnosticar previsibles crisis en los entornos de ciertas edades. Hablar de una crisis a los cuarenta años se ha generalizado de tal manera que lo que parece anormal es no sufrirla. Convendría, pues, acotar la naturaleza de esas crisis, y considerar si las mismas responden o no a una contradicción interna, o se siguen de una lógica variabilidad de la personalidad.
El primer aspecto a destacar es que existen dos tipos de crisis:
  1. Emocionales
  2. Funcionales
Las primeras siguen a imputs que procesa la mente relativos a emociones externas y internas. Estas están vinculadas a la modificación del medio y lo extraño sería que estas variaciones no tuvieran incidencias sobre la personalidad. Una enfermedad, la pérdida del trabajo, el fallecimiento de un familiar, un desengaño amoroso, etc. corresponden a incidencias puntuales sobre la personalidad que la modulan en virtud de la trascendencia de los mismos.
Las alteraciones funcionales, en cambio, no se siguen de incidencias externas, sino de la consistencia de la personalidad en el decurso de su desarrollo vital. La personalidad evoluciona paralelamente a la acumulación de experiencias y sigue desde las nuevas percepciones los anhelos intuitivos que la reporten nuevas vivencias. La personalidad propia de un ser creativo es anhelante y se debate entre la satisfacción de las experiencias consolidadas y las insatisfacciones de las tendencias reprimidas.
Del análisis de los cambios que se observan con una cierta generalidad en la personalidad se sigue que existe una cierta tendencia cíclica en los mismos, cuyos periodos marcan unos puntos de inflexión en la evolución cuya secuencia no sólo se reitera en la vida de una persona sino que son muy generales sobre toda la humanidad. Aunque esos periodos varían entre las distintas personas y entre diferentes culturas, se podría estimar como tendencia general una secuencia de quince años. Algunos de esos periodos estarían marcados por procesos más relacionados con la fisiología, otros con la vida labora y otros con la relación familiar. Así se podría estimar que desde la edad en que se puede concebir constituida una personalidad, aproximadamente a los quince años, hasta los treinta corresponden a la etapa juvenil en que la personalidad se encuentra muy dirigida por unas ideas que se constituyen rectoras y desde las cuales cada cual interpreta el entorno vital. Desde los treinta a los cuarenta y cinco años es la etapa del afianzamiento social en la que la mayoría de las personas optan por una estructura familiar y una participación laboral en la sociedad. De los cuarenta y cinco años a los sesenta se produce una importante revisión interior por la que se cuestionan los criterios consolidados de la personalidad, una vez que algunas metas perseguidas una vez alcanzadas no reportan el grado de satisfacción que se les adjudicaba. De ahí se sigue una ansiedad que desbarajusta la personalidad cuando aparentemente se podría considerar debería estar en le plenitud de la madurez. De los sesenta a los setenta y cinco se genera una nueva etapa en la que la serenidad se instala en la personalidad moviéndola hacia un realismo conformista con lo que cada cual es. A partir de los setenta y cinco la personalidad está marcada por la trascendencia de la muerte y la responsabilidad de lo hecho en la vida.
Esa evolución cíclica de la personalidad que parece común a los seres humanos se encuentra muy modulada en función de las esferas de relación y comunicación y de la implantación de ideas rectoras en el intelecto de cada persona. Conforme mayor es la consolidación intelectual de las ideas menor es la vulnerabilidad de la personalidad a los imputs que favorecen su variabilidad. La personalidad se asienta sobre experiencias sensibles y sobre experiencias intelectuales: Dado que las primeras son más versátiles, propician las alteraciones en la personalidad; mientras que las segundas en tanto en cuanto más arraigadas estén en la concepción global de la existencia menos margen dejan para el cambio, por lo que la evolución de la personalidad se presenta con menos altibajos y más estable.
En todo lo anterior no se considera el influjo que sobre la personalidad puedan presentar las alteraciones mentales, porque éstas con sus deficiencias llegan incluso a quebrar la personalidad. Por ser causas patológicas tienen una influencia trasversal sobre el desarrollo de la personalidad y, si bien son determinantes para los comportamientos, el estudio de su influencia precisa un tratamiento distinto al común de la evolución de los ciclos naturales de la personalidad.