PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 30                                                                                           ENERO - FEBRERO  2007
página 6
 

CEDER PARA RAZONAR


La vida en sociedad entraña para el ser humano algunos condicionantes que entran en colisión con el personalismo que se deriva del propio conocimiento de la realidad. El hombre cuando piensa adquiere una concepción del mundo que le rodea que constituye su verdad, ya que esa interpretación de los acontecimientos sigue a un juicio interno que se categoriza como cierto, puesto que en caso contrario se indagaría hasta formular una nueva conclusión. Esa capacidad intelectual de elaborar juicios que se tienen como verdaderos es el apoyo mental de la personalidad, en la que cada uno se reconoce agente para gobernar su propio destino.
Como la vida en sociedad pone en relación a las distintas personas humanas, el concierto o desencuentro de los criterios de verdad con que deben realizarse las cosas en común marcará la avenencia o el conflicto por el que desarrollan esas relaciones. Al buscar los hombres asociarse para el bien deberán reconducir sus posiciones intelectuales hacia el entendimiento, pues en caso contrario la finalidad pretendida por la vida en sociedad abocará o a un estado permanente de inestabilidad y conflicto por le que se malogre todo el bien buscado, o un estado de dominio de una parte sobre otra a la que se le restringe su libertad.
Lograr el bien social exige por tanto concertación de pareceres sobre el modo de relacionarse, lo que no puede lograrse sin una aproximación de los criterios de verdad que cada uno posee como juicio personal sobre la realidad que les concierne. Siendo esto válido tanto para las sociedades más simples, como la familia y el pequeño negocio, o las grandes comunidades, como la estructura empresarial y las diversas formas de sociedades públicas entre las que se destacan la administración municipal y el estado. La paz en cada uno de esos grupos dependerá de la capacidad de sus miembros en procurar el entendimiento y ello no puede ser fruto más que de la aproximación mutua mediante la flexibilización de las determinaciones de la propia personalidad.
Desde la perspectiva de la filosofía nos podría perecer que la verdad derivada de la vida natural del hombre debería ser única y así percibida por todos los seres humanos, puesto que las imputaciones que se desprenden de los hechos naturales son las mismas para todas las percepciones y por ello deberían ser conocidas bajo los mismos criterios de verdad. Quizá ello podría mantenerse para la conciencia originaria de la humanidad, pero en la medida en que el hombre ha proyectado su creatividad para alterar las condiciones naturales de su entorno la interpretación sobre su conveniencia y equidad se ha revestido de un matiz subjetivo, lo que ha originado la progresiva dispersión de los criterios de verdad sobre los actos humanos. Esto ha originado que algunos antropólogos sociales hayan leído en la interacción del hombre sobre la naturaleza la causa de su progresivo deterioro moral.
El que los seres humanos sean personalmente distintos en razón de la libertad con que elaboran y formulan sus juicios no debería ser un obstáculo para su convivencia porque precisamente al ser racionales deberían concebir que en la relación encuentran el apoyo para su desarrollo y satisfacción. Por tanto procurar al acuerdo tendría que ser prioritario en su categorización de valores para conseguir el bien deseado. De alguna manera esto supone subordinar los propios criterios de verdad al interés de conseguir el bien común, lo que se justifica en que de la identificación de que otros presentan distintos criterios de verdad ninguno puede sostenerse como absoluto, lo que genera también estimar la posible falta de objetividad en que alguno de esos criterios pudiera estar fundado.
Desde esta posición mental de relativizar, al menos en parte, la posesión de la verdad es desde la cual se puede favorecer el diálogo social que no supone sino el contraste de pareceres y razones que asisten a cada uno de ellos. Podría parecer que esto es tan elemental como contundente, pero no podemos olvidar que la pasión por la propia verdad es tan fuerte en cada persona que sólo con gran esfuerzo se avendrá a razonar sobre la relatividad de su preeminencia. La flexibilización de la propia intransigencia es elemental para el diálogo y ella mentalmente sólo se admite si el ceder no se interpreta como una derrota sino como una estrategia para facilitar razonar conjuntamente desde fundamentos más elementales, de modo que los juicios de verdad se puedan construir paralelamente al contemplarlos con la mayor luz de la plural argumentación.
El hábito de ceder para razonar debería instalarse en la personalidad como la forma propia de la tolerancia, que se sigue del proceso intelectual de tomar distancia para revisar las propias determinaciones en función de la apertura a cuantas nuevas apreciaciones para configurar los juicios de verdad puedan recabarse. Ceder en el conflicto para volver a reconsiderar lejos de entrañar una inmadurez intelectual es la mejor muestra del dominio de la razón.