PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 30                                                                                           ENERO - FEBRERO  2007
página 9
 

DEMOCRACIA Y POBREZA


¿Es cierto lo que muchas ONGs denuncian de que cada vez es mayor el porcentaje de pobres en el mundo? ¿Es cierto que una exigua minoría -alrededor de un 10%- de la población detentan el 85% de la riqueza universal? ¿Es cierto que los gastos militares de las superpotencias multiplican por 5 los recursos necesarios para erradicar la pobreza? Estas y otras muchas cuestiones se nos brindan en la información de los grupos solidarios, al tiempo que se preconiza como sistema propicio para alcanzar la justicia en el mundo la democracia; pero cabe plantearse por qué si cada vez más Estados se estructuran democráticamente no se reduce la pobreza real en el mundo.
La profunda contradicción entre los postulados teóricos de que la democracia equilibra la sociedad está en que son los Estados que se proponen como referencias del sistema democrático los que más favorecen la desigualdad en el mundo. La renta per cápita de los Estados "democratísimos" es insultante para el resto de una sociedad que genera la mayor parte de las materias primas que hacen la felicidad de aquellos.
La filosofía social precisa pues profundizar en las causas intrínsecas de la democracia para desvelar cuáles son los contenidos de verdad que se presuponen en el sistema que favorecen de hecho la insolidaridad real de los Estados democráticos.
De un riguroso análisis de campo semántico de la democracia la esencia de la misma estaría en la participación del pueblo  en el gobierno del Estado. El criterio fundamental de verdad para su verificación correspondería a la efectiva e igualitaria participación de todos los ciudadanos en el control del gobierno de la comunidad. Ello exige el respeto de decisión individual para la designación de los representantes políticos, para el refrendo de las leyes y para el control de la labor ordinaria de la Administración. Pero esa legitimidad de intervención igualitaria de todos los ciudadanos sólo satisface las condiciones de verdad cuando todos y cada uno también gozan de la misma oportunidad para divulgar sus ideas respecto a la organización social y a ser libremente elegido como representante de sus conciudadanos en todas las esferas del poder.
El concepto de democracia ha enriquecido progresivamente su campo semántico en los últimos siglos de modo que existen "valores añadidos" que se presuponen cuando se utiliza el término democracia como sistema político. Entre esos valores merece especial atención el de los derechos humanos, del que existe una formulación universal subscripta por muchos países -bastantes no democráticos- en una organización internacional que tampoco asume una estructura democrática, aunque, no obstante, para muchos pueblos es quizá el único referente que como modelo de derechos representa el anhelo colectivo.
Suponer la democracia como el medio que reconoce igual libertad y derecho para todas las personas en la esfera del gobierno social implica en su estructura más profunda trasponer los modos de ser de la persona humana a la sociedad; sus virtudes y defectos pueden quedar reflejados en la actitud común de la comunidad, salvándose los extremismos por la necesaria concurrencia de mayorías, pero ello no es obstáculo para que primen los intereses individuales al formular las políticas a realizar. En ese aspecto del interés de la parte, cuando la parte es suficientemente representativa, es donde se origina el conflicto entre la democracia formal y los valores éticos interpretados como consustanciales al sistema democrático. La democracia política es un reflejo de la moral individual de los ciudadanos, y el hecho de la estructura del sistema no corrige el grado de solidaridad o egoísmo de aquellos. Ello es lo que permite que democracia y pobreza convivan, tanto en un mismo Estado como en las relaciones internacionales de comercio entre países ideológicamente democráticos.
La democracia, eso sí, está permitiendo que los pobres puedan hacer valer sus derechos uniéndose para alterar las condiciones de gobierno que sólo favorecían a los ricos. Ello ha dado origen a los denominados Gobiernos populistas, cuyo reclamo esencial consiste en redimir la pobreza de las clases más desfavorecidas, y que se constituyen en base a las mayorías cuyas demandas otros Gobiernos desatendieron.
Pensar que la mayoría deprimida del mundo pueda de hecho mediante el pacífico ejercicio democrático variar el reparto de la riqueza, hoy por hoy, sigue siendo una utopía, porque al estar la riqueza en pocas manos se repliegan hacia Estados paraísos de sus intereses.
Los ciudadanos que gozan de un alto nivel de bienestar se aseguran en la medida de lo posible Gobiernos proteccionistas de su priviliegiada situación, respondiendo ello a la más primaria reacción animal que busca la consolidación de su poder. Ello justifica cómo se sostiene democráticamente que ignoren la situación de marginalidad en que puedan vivir grandes minorías de la población. Lo que ningún ciudadano querría para sí se tolera con gran irresponsabilidad ética porque garantiza la confortable posición alcanzada.
La transposición de la ética personal a las estructuras de poder democráticas se hace tanto más relajada en cuanto que las situaciones de pobreza se perciben más alejadas, así el compromiso de los ciudadanos para corresponsabilizarse con esa problemática en el orden internacional es prácticamente nulo. Los ciudadanos de cada Estado apoyan a las tendencias de gobierno que defienden sus propios intereses y por ello la proyección democrática internacional que propicie un orden justo está apoyada únicamente por un número exiguo de ciudadanos.
Esa falta de disposición de los ciudadanos para conjugar la democracia como un esquema de valores éticos y morales y quedarse sólo en el apoyo de la libre participación como medio de proteger sus intereses está quebrando muchas expectativas de progresar hacia un mundo más solidario. Muy posiblemente la democracia, como occidente la interpreta y exporta, representa un modelo legítimo, pero con tantas deficiencias de aplicación que por ello se precise del poder armamentístico para sostener los intereses de unos ciudadanos sobre los otros.