DESIDEOLOGIZACIÓN DEL CENTRO POLÍTICO
La radicalización de las ideologías se ha interpretado a lo largo de la historia como una opción de poder y libertad propio de la naturaleza humana que tiende a imponer criterios como modos ejemplares de la realización de la sociedad. La abstracción ideal de lo que concierne al común destino humano ha estado siempre presente en quienes han optado por liderar los pueblos a quienes se les exigía fidelidad y entrega para hacer realidad universal unos ideales elevados a la categoría de doctrina política. Confundidos en la trascendencia religiosa o en la preceptuación monárquica o imperial, la dogmática de las ideologías ha trascendido como la necesaria justificación del poder que facilite la gobernabilidad de la comunidad. En tanto en cuanto el cuerpo doctrinal de la ideología es más restrictivo se facilita la convergencia o sumisión de los actos humanos al modelo dictado.
Mientras la restricción del gobierno social estuvo encomendada a una aristocracia cultural o militar, el enfrentamiento entre ideologías afectaba a los estratos de poder -una minoría de la población- quienes la mayor parte de las veces resolvía sus diferencias mediante la confrontación bélica, para la que hacían levas de población totalmente desideologizada. Se seguía al rey por el botín o por la soldada, cuándo no como necesidad de esclavitud o fanatismo religioso. En nuestros días, en cambio, aunque perduran reminiscencias culturales del pasado, con la llegada de la democracia y la asunción de la universal responsabilidad política particular el espacio para las ideologías progresivamente se reduce en favor de un pragmatismo sustentado en el común interés particular.
Las doctrinas políticas entran en revisión personal cuando la conciencia de libertad cuestiona los límites de fidelidad que se exige a los miembros de los partidos políticos. La ortodoxia que propugnan los dirigentes carece de la necesaria flexibilidad para ajustarse a las mutaciones sociológicas y de casi todas las ideologías para los ciudadanos destacan más las carencias que los contenidos. Ese desencuentro es el que propicia la despolitización de una gran masa social que se desvincula de compromisos ideológicos y se inclina hacia un gobierno pragmático que afronte la problemática social alejado de la crispación de las luchas partidistas.
Esa masa social, muchas veces criticada como abúlica por su despolitización resulta estar más concienciada de los que parece, porque ante la eventualidad de un ataque a su libertad reacciona enérgicamente castigando políticamente a la tendencia que intenta realizar un abuso de poder. Paradójicamente la desideologización responde más a una potenciación cultural de los ciudadanos que a un estado inferior, porque es la falta de cultura la que propicia ese seguimiento ciego a unos líderes cuyas ideas, difícilmente rebatibles desde la ignorancia, no sólo se asumen como dogmas sino que se defienden tenazmente sin admitir la legítima crítica social. La perspectiva cultural no trivializa las ideologías sino que relativiza su trascendencia considerando cómo éstas deben ajustarse a los modos y maneras de los tiempos evolucionando para democráticamente ajustarse al sentir de las mayorías.
El centro sociológico es muy posible que no represente una ideología, pero en cambio sí asume una forma de entender las relaciones sociales desde la tolerancia y el respeto a la diversidad, que es lo que constituye su bagaje político, deseando dejar constancia de ello en el marco legal de convivencia del Estado.
Proporcionalmente a cómo las diversas ideologías se posicionan hacia dictados más rigurosos de la interpretación de lo que la sociedad y el Estado deben ser crece el número de ciudadanos que se revelan a dogmatizar la política, y si bien en muchas ocasiones carecen de estructuras consolidadas para la participación política, no dejan de refrendarse sociológicamente mediante la abstención o con el castigo en las urnas de los más intransigentes, aunque sólo y muy livianamente se esté de acuerdo con los postulados de las otras opciones a las que se apoya.
La polarización ideológica del siglo XX en torno a tendencias extremas enfrentadas: capitalismo-comunismo, liberalismo-socialismo, laicismo-confesionalismo, parecía que serían superadas por la conciencia universal del fracaso social que la radicalización de cada una de esas posiciones ha arrojado. A veces se piensa que no surgen relevos ideológicas, pero lo cierto es que ,aun considerando lo difícil que es la panacea social, para los más lo que sí es patente es lo que no quieren, de donde deriva un espacio político que aglutina a un buen número de ciudadanos cuyo efecto político es el de centrar las ideologías castigando a quienes renuncian al diálogo y al consenso.
Aunque en la historia haya parecido que un Estado es más fuerte cuando una parte imponía su orden por la fuerza del poder, realmente el Estado cumple como tal mejor su función cuanto más aporta a los ciudadanos de lo que ellos le demandan y esperan recibir. Cuando el centro sociológico es grande y se configuran las leyes por el obligado consenso que impulsa ese estamento sociológico mejor se está dotando al Estado para cumplir su fin, aunque pudiera parecer que por el inconformismo y la mucha exigencia democrática el mismo Estado estuviera en crisis. La libertad castiga a las ideologías y favorece la no alineación, constituyendo ello muy posiblemente un activo y no una rémora para el sistema.