PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 31                                                                                           MARZO - ABRIL  2007
página 7
 

CULTURA RACISTA


Cuando las encuestas nos preguntan a los ciudadanos sobre si somos racistas, las respuestas mayoritarias eluden la sinceridad y confunden lo que somos con lo que la ética formal nos enseña de cómo tenemos que ser, de modo que cuando confesamos no ser racistas: o no nos conocemos demasiado, o quizá nunca nos hemos parado a pensar que parámetros son los que identifican nuestras actitudes racistas.
Un forma se identificar quién es racista es preguntarnos si nos apetece compartir casa o trabajo con gentes de otras razas. Absolutamente definidor es si no admitimos que nuestros hijos o hijas entren en relaciones de matrimonio con personas de otras razas. También es un rasgo identificativo si exaltamos en demasía nuestra raza, o nuestra nación, admitiendo, al menos implícitamente, una gradación de las personas en razón de la interpretación sociológica de los entornos sociales a los que cada cual pertenece.
Sabemos que el racismo existe, y que está mucho más consolidado de lo que creemos en nuestra personalidad. Pero ¿cuál es la causa intelectual que genera esa deformación de la conciencia?
La esencia fundamental radica en no considerar iguales a todas las personas. Distinguimos a los seres humanos de cualquier otro ser vivo, pero aceptamos una graduación genérica de la realización de la personalidad de acuerdo fundamentalmente a cómo se parecen o comportan respecto a nuestras convicciones de vida, pues así como nos consideramos personas, identificamos a los demás como tales en función de que su modo de vida se adecue a nuestros estereotipos. Esa generalización mental con la que juzgamos nuestras relaciones con los demás es la que informa la conciencia racista.
Adjudicar el peso que la raza, como caracterización morfológica, infiere sobre la personalidad de cada ser humano es proporcional a la estimación de la categorización del hombre según la corporeidad. Cuanto más se sobrestima la materia como la total determinación del ser, mayor habrá de ser la concepción sobre la dependencia en el obrar según las formas genéticamente heredadas. Cada cual será lo que su morfología le determina y por ello se institucionaliza la división humana en razas.
Para quien sostiene que lo trascendente del hombre es el alma, o sea, que la parte anímica es la fuente de su libertad, la razón de razas se desvanece, salvo que se pensara en formas de ser espirituales formalizadas según patronos preestablecidos. Se admite entonces que no es la morfología corporal la que marca a las personas, sino su educación y cultura que orienta sus actos libres según una información arraigada por el comportamiento según un patrón de costumbres.
Si tuviéramos menos prejuicios nos daríamos cuenta que objetivamente los hombres nos parecemos mucho más de lo que pensamos, y que lo que nos diferencia, si lo juzgase una mente externa a nuestro mundo, es irrelevante. Prueba de ello es que personas de todas las razas pueden compartir sentimientos de amistad y amor, confesiones religiosas, creatividad y trabajo, familia, Estado y conmoverse por unos mismos sentimientos de solidaridad. Basta querer compartir, entrar en relación, para que entre las personas de las más distintas razas puedan surgir la mejor de las sitonías.
El racismo es un debilidad mental por la que, en contra de lo que muchas veces creemos, generamos una prevención a una contaminación en razón de la morfología exterior que los demás presentan a nuestros sentidos, porque aún, aunque en nuestra cultura formal lo disimulemos, valoramos más el cuerpo que el espíritu.