PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 32                                                                                          MAYO - JUNIO  2007
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LONGEVIDAD


La relación del hombre y la naturaleza no puede considerarse que en muchos aspectos sea ejemplar, pues de su actividad se ha seguido un gran deterioro, posiblemente más al negarse el uso racional de su creatividad que por su misma esencia intelectual. El hábitat que en la naturaleza encuentra ha seguido el mismo grado de transformación que el propio ser ha logrado en su desarrollo intelectual pasando del ámbito de la subsistencia al del bienestar.
Pensar que el hombre se ha convertido en el mayor enemigo de la naturaleza sólo se puede sostener ignorando cómo muchas evoluciones naturales se siguen de la íntima actividad natural, cuyas fuerzas físicas o biológicas cambian y permutan el equilibrio natural que equivocadamente podría considerarse como estable si sólo se contempla un momento de su evolución. La naturaleza cambia, está en permanente transformación y es ella quien arrastra en su proceso al devenir del hombre y no al contrario. La alteración que en la misma introduce la creatividad intelectual puede ser que influya acelerando los procesos de transformación, pero si contemplamos la dimensión sideral del universo tendríamos que deducir que la degradación del planeta Tierra es transcendente en cuanto hábitat para el hombre es.
El uso racional de la aplicación transformadora de la naturaleza supone esencialmente la prueba de la madurez social del hombre por la que ha de evaluar si actúa de acuerdo a la lógica de la conservación de la propia especie o sólo en atención al beneficio de cada generación. El dilema está en si las modificaciones que opera son para el beneficio práctico de la corta vida de quienes las generan o se proyectan con una mayor perspectiva de servicio para el devenir de la especie.
Entre la muchas intenciones que al hombre la mueven en su deseo de modificar las leyes de la naturaleza está la de vencer la degradación personal que le produce la enfermedad y el envejecimiento. Mientras la lucha contra la enfermedad se encuentra justificada en el propio provecho de las capacidades para el trabajo y la guarde de la prole, el divorcio intelectual entre el hombre y la muerte supone una gran crisis de la consideración de su naturaleza. Sobrevivir más allá de lo que la naturaleza marca para las especies animales puede llegar a constituir una alteración importante para la propia especie, porque las modificaciones que introduzca varíen los parámetros lógicos de su inserción en el medio.
Hace unas cuantas décadas la prevención respecto a la multiplicación de la población mundial y sus posibles efectos negativos por el impacto sobre los recursos alertó a los sociólogos sobre el interés en la planificación de la natalidad: Una adecuada proporción en la procreación no sólo podría permitir el control de los recursos, sino también la realización personal de los individuos. Junto a la natalidad el otro factor decisivo para el crecimiento de la población es el la elongación de la esperanza de vida. La disminución de la mortandad infantil, de las madres en el alumbramiento, así como los progresos de la medicina hacen que la espectativa de vida crezca de año en año, especialmente en los países con recursos médicos, causa de reclamo para la afluencia de la migración. Así, con la relentización de nacimientos y el alargamiento de la vida, la longevidad se presenta como un problema social de primera magnitud porque la media de vida tiende a situarse mucho más allá de lo que la naturaleza parecía haber diseñado. ¿Será soportable para la especie humana sostenerse cuando una gran parte de sus individuos sean personas en la tercera edad?
Habitar un mundo con una población envejecida presenta graves problemas que no pueden excusarse por incómodos. El hábitat habrá de ser gestionado por un porcentaje menor de gente apta para el trabajo, a quienes por recaer más obligación la posibilidad de la concepción será menos atractiva. A su vez los longevos requerirán más cuidados, más atención, más inversión, lo que detraerá la riqueza disponible como renta del trabajo, constituyendo una posible causa de enfrentamiento generacional.
Pensar que el derecho a la prolongación de la vida lo es por naturaleza exige un cambio radical de mentalización por la cual los individuos asuman una mayor proyección productiva en la vida, tanto en el trabajo como en la procreación, de modo que los parámetros con que la especie se ha consolidado en la naturaleza no se alteren de modo tal que se desdibuje la perspectiva de futuro. El hombre y la mujer habrán de sumir que su edad de jubilación estará en función de su perspectiva de vida y de lo que las posibilidades de las nuevas generaciones les permitan contribuir. Cuánto más se desee vivir así de más larga habrá de ser la etapa productiva. El problema se plantea en si las personas mayores llegarán a esa edad en condiciones físicas y mentales de rendir. Esa capacidad será la que marque desde la perspectiva social el sostenimiento del hábitat o su progresivo deterioro, arrastrando tras de sí la degradación de sus esferas de influencia en el medio ambiente.