LITERATURA, ¿SÓLO PARA DISTRAER?
Desde la antigüedad los filósofos y los literatos utilizaron las nuevas formas de escribir para transmitir sus ideas. En ese quehacer se forjó la estilística, un orden interno del discurso que revestía a la oración de una dimensión artística. Cuando sobre esa clase de composición del discurso se proyectó la creatividad con el recurso de la imaginación al símil, a la parábola, a la metáfora, al cuento, etc. se formó la literatura. El recurso a la exprexión escrita se impuso como vehículo de concreción de la obra, lo que facilitó su difusión y su conservación. Ello permitió recopilar los escritos valiosos en las bibliotecas, por las que se nos ha legado las inquietudes de los más antiguos autores.
Esa selección natural que de todo arte hace la historia nos ha referido cómo en los tiempos pasados hubo una importante conexión entre pensamiento y literatura, por la que el fin que se procuraba no sólo era el distraer, sino también el de enseñar. La literatura al servicio del saber. Se puede argumentar que también existe un gran elenco de piezas cuyo único objeto es distraer, por ejemplo: los libros de caballería, lo que es irrefutable y en absoluto desdice de su calidad literaria, pero refleja una tendencia de cuáles son los valores que una sociedad aprecia. Cuando se funden literatura y ciencia o literatura y pensamiento social con el objetivo de motivar o concienciar a la sociedad y la colectividad se hace receptiva de ello es señal identitaria de vitalidad espiritual.
Hacer literatura con fin de distraer sirve a la satisfacción y el entretenimiento, para ocupar los tediosos espacios de tiempo que todo hombre ha de sufrir en el devenir de los monótonos días, cuando toda inquietud intelectual se da ya por vencida.
Al igual que otros medios, la literatura de evasión se caracteriza por no exigir más atención ni esfuerzo intelectual que el de seguir la trama de los acontecimientos, a lo que, como no se espera ninguna gran aportación, se presta la atención justa para continuar hasta tener algo mejor en qué emplearse. Por el contrario, la literatura de pensamiento requiere complicidad interior para mantener despierta la inteligencia para captar lo que más allá de la forma literaria el texto nos comunica. Es muy probable que en dependencia a la habilidad del autor se logre entender y comprender con más o menos facilidad el saber que allá se sugiere, pero, con independencia de ello, frecuentar esta literatura instaura el hábito de la curiosidad intelectual y potencia la capacidad crítica para discernir.
Se puede conocer la tendencia intelectual de una comunidad, de una generación, según se lea o se consuma una y otra clase de literatura. La preeminencia de las ediciones dirigidas al entretenimiento gozan a su vez de una influencia sobre el gusto, de modo que sirven para cutivar, y cuando se temática está bien gobernada por el autor vale para crear afición a la lectura y ¿por qué no? también para transmitir valores.
Es quizá lo que distingue la cualificación de quienes optan por escribir para las masas, porque quien sostiene su propia personalidad aún puede valorar la múltiple personalidad de sus lectores. En cambio, quien se somete a los criterios de la complacencia con el tiempo sólo llega a reiterar lugares comunes.
Tener qué decir es la razón principal que mueve al genuino escritor. No siempre se goza de una inagotable capacidad imaginativa, pero el buen profesional sabe que en el amor a la ciencia y en la pasión por la sabiduría radica la fuente para engrandecer la propia obra. Su repercusión en la sociedad podrá ser más o menos relevante, pero siempre elevará y conservará el patrimonio cultural, el que más necesario es en una sociedad en tanto en cuanto se percibe como más superfluo.