SOLIDARIDAD FUNCIONAL
La solidaridad representa un valor de la personalidad por el que un individuo colabora a que cualquier otro alcance un horizonte de realización similar el propio.
En contra de lo que pudiera parecer, la causa profunda de la solidaridad radica en la estima personal por la que uno se quiere, ya que sólo quien se valora como persona dispone del recurso esencial para estimar a los otros individuos como personas. La solidaridad no supone renuncia personal sino afirmación compartida del proyecto común que nos une a todas las personas en alcanzar el mayor techo posible de realización como seres humanos. Esta característica de reflejar la propia estima es lo que hace de la solidaridad un hecho esencialmente anímico por el que se alcanza a querer a los demás como uno mismo se aprecia, comunicándose los valores como uno mismo los interpreta. La solidaridad se manifiesta desde los más pequeños detalles hasta el disipar a los demás los más altos logros de la inteligencia humana.
Dentro de las innumerables actitudes que la conciencia descubre como valores a compartir ocupan un destacado lugar los que desde la propia consideración de las funciones orgánicas se orientan a estimular a los que carecen de ellas. Constituirse medio para suplir las carencias que cualquier otra persona pudiera padecer a causa de una discapacitación funcional.
El objeto último de esta solidaridad no está en la capacitación material de la función afectada, sino que se proyecta hacia que el otro goce de un medio alternativo para alcanzar los objetivos de realización que las distintas potencias orgánicas facilitan. Se trata de que a quien se quiere se le quiera con una capacidad similar a la que cada cual disfruta, y por ello surge el empeño de poner los medios propios para potenciar los ajenos.
Una parte importante de ese proceso de solidaridad está en la comunicación del valor en sí a alcanzar, pues quien goza de una minusvalía puede que nunca haya considerado las perspectivas de realización que se escapan al ejercicio espontáneo de las funciones orgánicas. Capacitar empieza por despertar la inquietud para que quien goce una determinada discapacidad considere su limitación sólo hasta donde sea físicamente insuperable, quedando mentalmente predispuesto a la toma en consideración de los medios alternativos que le posibiliten su mayor realización. No hay que olvidar que las funciones corporales en el hombre están al servicio de las realizaciones mentales y ellas constituyen el último objetivo de la solidaridad.
Un ejemplo de los frutos de esta solidaridad funcional se encuentra en los muchos progresos que tantos disminuidos consiguen por el ánimo de su entorno hasta lograr participar en los juegos internacionales paraolímpicos. La mayor parte del éxito proviene del tesón personal del esfuerzo, peo tampoco es irrelevante el ánimo de familia, amigos, voluntarios y profesionales que con su ayuda han colaborado a tal fin.