CELOS
La pasión de los celos ha constituido una constante en la sociedad que además de haber derramado mucha sangre ha arruinado la vida sentimental y moral de muchas personas. Lo más trágico de los celos está en que es una afección que ataca a lo que más se quiere y tanto más en cuanto más se quiere. En especial, carcome la vida familiar, cuando no la destroza físicamente. Se ha escrito que de amor se muere, los celos vienen a demostrar que por amor se mata, pero ¿es posible dañar lo que realmente se quiere?
El amor, como los celos, es una pasión que enardece la ligación sentimental que se establece entre personas como consecuencia de la naturaleza relacionable del hombre, que va desde las sensaciones mentales de la autorrealización a la comunicación en la sexualidad. Todas expresan dominio, pero al mismo tiempo reflejan de qué modo el ser humano es dominado en su necesidad. Del equilibrio entre esos dominios se sigue la estabilidad emocional. Cuando la pasión del amor se reviste de ansiedad es cuando surgen los celos.
El amor, como cualquier relación humana, entraña un dar y un recibir, un intercambio, que afecta a las más profundas realidades espirituales proyectadas en las actitudes vitales de cada circunstancia. Esa confluencia de satisfacciones impetradas por la naturaleza animal y racionalizadas por el hombre son las que hacen del amor un valor estimado más o menos por cada persona según el grado de satisfacción que le proporciona.
Algunas de las formas más elevadas de relación humana se dan en la vida de pareja y en la familia, tanto por la intensidad emocional que lleva la vida en común como por la culminación del proyecto de perpetuación personal que se manifiesta en la procreación. Cuánto más implicada está una persona en una relación, sus expectativas de bien se estiman dependientes de esa relación, en cuanto abarca más de su vida, y su percepción de bienestar dependerá de la realización lograda. Por su trascendencia afectiva, la vinculación a la familia y a la pareja constituyen un grado que propicia la entidad pasional del amor.
Los celos en sí no se identifican con una sublimación del amor, sino con una interpretación desigual de la correspondencia, de tal modo que se concibe la relación unidireccionalmente, y el objetivo total de la misma es la consolidación del amor propio con olvido del bien debido a la otra parte. Los celos representan la substantivación del dominio de una relación en la que no se ama realmente a la otra parte, sino se la quiere para sí como un objeto preciado. Se llega a considerar a los demás como un bien propio, deformando la pasión la realidad objetiva de la libertad individual que corresponde a toda persona.
En la medida que los celos despiertan en la otra parte la conciencia de no ser apreciada en sí, sino como una parte del patrimonio del encelado, se incrementa la desconfianza, lo que produce un enfriamiento afectivo de la relación que genera un progresivo desencuentro que no hace sino acentuar la intensidad de los celos al percibir que se pierde el dominio sobre la "cosa" querida.
En el recto amor, se ama a la otra persona deseándola el bien tanto o más como para uno mismo, y por ello, sobre el dolor y desencanto que pudiera causar un relajamiento de la relación, se desea para la otra parte tanta suerte futura como uno mismo se desea para sí. Los celos siempre comportan un componente de irracionalidad por el que se culpa al otro con toda la responsabilidad; mientras que en una relación normal de amor, por muy pasional que sea, en su quiebra se consideran las culpas compartidas por no haber conseguido su estabilidad.
En la familia los celos se suelen adjudicar a las relaciones de la pareja, pero quien es celoso, por serlo en función de su amor propio, lo es normalmente para con los hijos y parientes. La intensidad de esas manifestaciones se agudizarán con unos y otros en función de las circunstancias, pero todos los miembros de la familia llegan a convertirse en objetivos de sumisión o de violencia.