TRABAJAR O ESPECULAR
Durante años en la escuela a los alumnos se les enseña que deben esforzarse en aprender porque ello les permitirá alcanzar la formación para el día de mañana poder trabajar y progresar decorosamente en la vida. La otra fuente que concurre a la educación es la de los medios de información; en ésta, por el contrario a lo que dice la escuela, el mensaje que se trasmite es que quien más especula es quien más triunfa en la vida, y así se desvirtúa el mucho empeño que los profesores ponen en alentar a sus alumnos por el buen camino.
La exaltación de la especulación como forma de hacerse pronto rico está modificando toda la doctrina social de la cultura de la industrialización, cuya máxima radicaba en que del trabajo dependía no sólo el porvenir personal y familiar, sino el del desarrollo de la misma sociedad. Las comunidades laboriosas se situaban a la cabeza del progreso y las que soportaban la flojera para el trabajo necesariamente se situarían atrás.
Esto se evaluó fundamentalmente como praxis, y sociedades como la norteamericana, o las alemana y japonesa tras la derrota en la guerra, han demostrado cómo con iniciativa y tesón en el trabajo la prosperidad ha colmado sus expectativas.
En el último cuarto del siglo XX, sin embargo, parece haberse consagrado un nuevo ideal que se refleja en que el beneficio que se puede obtener especulando es muy superior al que se sigue del trabajo, porque éste se sustenta en el valor real que se añade a la materia mediante el esfuerzo y aquél en el beneficio que se deriva de la oportunidad de explotar un expectativa o una necesidad. En el trabajo el beneficio es proporcional al esfuerzo y en la especulación lo es a la astucia. En el primero, al añadir valor a la materia, repercute sobre toda la sociedad; en el segundo, no existe valor añadido, sino transacional, es apariencia de progreso, pero lo que se produce es una valoración ficticia que no repercute positivamente sobre el progreso más allá de la estructura contable que beneficia a unos pocos.
El gran prodigio es que esa forma de ganar fácil se está adueñando del ideal de las nuevas generaciones, quienes cada vez más consideran el trabajo un medio servil comparado con quienes se sirven de la especulación para multiplicar profusamente sus beneficios. Se pierde sin embargo la perspectiva de que la especulación, en cuando que no incrementa la producción neta se articula sobre el trasvase de beneficios entre ámbitos de la sociedad y ello sólo es posible mediante el enriquecimiento de unos con el detrimento de los demás, lo que bien pensado sólo se puede sostener cuando es rentabilizado por unos pocos. Su efecto es semejante al de los juegos o las apuestas, por el que unos pocos ganan proporcionalmente a lo que otros pierden.
Mientras la consideración se mantenga como una perspectiva de oportunidad, no es tan grave, pero si se hace de esta ilusión un ideal que carcoma el espíritu de trabajo, la sociedad se va a ver muy afectada por la quiebra de la productividad, que a la larga es la que genera los medios para alcanzar el bienestar.
Muy relacionado con esta discordia entre trabajo y especulación se encuentra el concepto laboral de la competitividad. Antes la competitividad -y en esto nos han dado mucha lección los trabajadores japoneses- se objetivaba en trabajar más y mejor, y de ello la reputación laboral de cada trabajador, ya fuera peón, maestro o ingeniero. Hoy se conceptúa sólo como una lucha por presentar una hoja de servicios optimizada por los rendimientos a corto plazo, sin evaluar, la mayor parte de las veces, ni los métodos, ni una proyección de futuro de las consecuencias sociales de las acciones que se abordan. Por eso los ejercicios especulativos constituyen para muchos el camino para un reconocimiento a la eficiencia de su competitividad.