PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 37                                                                                              MARZO - ABRIL  2008
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EL CÁNCER DE LA RELIGIÓN


El concepto de religión en la lengua actual presenta, al menos, dos acepciones: 1ª La relación hombre-Dios. 2ª La estructura social que mediatiza la anterior relación. Así, aunque la definición del hecho religioso sea igual para todos los hombres, la estructura social que lo mediatiza diversifica la aplicación religiosa en formas muy diversas, tanto a lo largo y ancho del mundo, como en el transcurso de la historia.
Considerar que el hecho religioso fuera desigual en su objeto, supondría asumir una diversidad de dioses, lo que choca con el concepto divino de ser supremo. Por eso, presentar una multiplicidad de religiones debe admitirse como una diversidad de formas de acercarse a la relación con el ser supremo, cuya variedad se sigue de la diversidad humana para considerar a Dios y no de un múltiple número de dioses. Por ello, cuando se usa genéricamente el termino religión se está haciendo referencia a un factor sociológico que puede favorecer, pero también retraer, la disposición religiosa personal.
Con mucha frecuencia los cambios convulsos en la fidelidad a una forma de religión se identifican en motivaciones externas al mismo ámbito religioso, porque este se considera sagrado y, por tanto, indefectible, sin tomar en consideración que, además de su espiritualidad intrínseca, su socialización ha supuesto una aplicación gestionada por personas particulares, que por su propia condición singular la interpretan y transmiten con mayor o menor fidelidad, según sea la apropia religiosidad y la capacidad intelectual para asimilarla.
Como hecho social las religiones se formalizan a través de personas especializadas dedicadas a difundir una espiritualidad emanada de quien revestido del carácter profético se siente impelido a transmitir la propia experiencia de la esencia de Dios, la necesidad de la práctica religiosa y la definición moral relativa a esos principios religiosos. Las personas que en cada religión asumen esas funciones pueden revestir caracteres muy distintos, pero para el análisis sociológico se les puede unificar bajo el término de clero, cuyas raíces latinas y griegas significan a quien por suerte o herencia disfruta de la función sacerdotal.
Salvando las particulares características de cada religión, el clero constituye en todas ellas un grupo determinado de la estructura social religiosa que gobierna y gestiona lo principal de la comunidad confesional. De su función depende en gran manera la espiritualidad del conjunto de los fieles, cuya fe puede verse fortalecida por la acertada animación a la relación personal con Dios, como también negativamente afectada cuando el influjo del clero muestra intereses desligados de su fin espiritual.
La religiosidad personal se alimenta de la propia experiencia, pero ésta se forma desde la cultura religiosa. En cuanto que la religión es un acto afectivo intelectual, como cualquier otra acción del intelecto se apoya en el conocimiento, y éste se conforma por la acumulación de ideas elaboradas tanto desde la percepción sensible como de la comunicación social. Siendo esto así, la adscripción religiosa de una persona a una espiritualidad en la etapa de su formación dependerá mucho del influjo cultural clerical, pero en la etapa de madurez su consolidación se encontrará en parte ligada a la coherencia moral que le manifieste el estamento clerical.
Dado que la vitalidad religiosa es la que determina la religiosidad de una generación, que ésta se encuentre respaldada por la acertada responsabilidad de los clérigos no sólo influirá en la esfera personal de los fieles de cada colectivo, sino en el concepto mismo del valor religioso universal. De este modo se puede afirmar que cada clérigo no sólo ha de velar por su actitud personal, sino también considerar si la estructura clerical de una determinada confesión asume su función para servir a los valores religiosos del pueblo, o si, por el contrario, se sirve de esos sentimientos para consolidar una posición de dominio moral.
El mayor peligro que acecha al estado clerical no está en la dejación de funciones -que ya las cubrirá otra persona- sino en una mala conceptuación de su condición, que le conduzca a en vez de animar a los demás hombres a relacionarse directamente con Dios, a diseñar la religiosidad del grupo, constituyendo su propia espiritualidad el modelo al cual referir las conciencias ajenas. Ese gran peligro del clericalismo, que el diccionario define como influencia excesiva del clero en los asuntos políticos e intervención excesiva del clero en la vida religiosa que impide el ejercicio de de los derechos a los demás fieles, surge del riesgo inherente de los que tienen poder religioso para adueñarse paulatinamente de la personalidad de Dios.
La derivación del clericalismo es una constante a lo largo de la historia en todas las formas habidas de grupos y confesiones religiosas, pero en la civilización actual, donde la religión y la misma idea de Dios están sujetas a una honda justificación intelectual, la personalización que de la verdad religiosa puedan hacer los clérigos, adaptándola a sus tradiciones, intereses, cultura, etc., es muy posible que cause efectos muy contrarios de los ambicionados, y en vez de atraer sumisos a los fieles, produciendo una cierta aversión en ellos sea como un cáncer que va callado y latente minando la vitalidad religiosa de la comunidad.
Desde la historia misma de las religiones se puede estudiar cómo los buenos profetas han sufrido la persecución e incluso el sacrificio del estamento clerical, que siempre, en nombre de Dios, ha buscado aplicar más justicia que misericordia, más rigor que benevolencia, más dictado que atención.