PROFESOR Y TUTOR
La mutua influencia de las personas en el trato humano presenta diversas vertientes, siendo la más dominante la afectiva, mediante la cual se establece una especial transmisión de complementabilidad por la que cada parte considera que aquella relación perfecciona su personalidad. Esta relación afectiva refleja en algo la percepción natural de gratitud por la que se considera merecedor de reconocimiento alguien de quien se recibe el bien.
La escuela constituye de por sí un espacio de convivencia que reúne la especial circunstancia de su extensión temporal, sólo superada quizá por la vida en familia, lo que favorece la creación de importantes relaciones, las que se constituyen unas sobre el eje de la la fraternidad, las de compañerismo, y otras en el eje de la dependencia, asimilables en parte a la paternidad. En unas y otras crece la afectividad en función de marcadores propios del ámbito escolar y de la disposición personal de profesores y alumnos para implicar su personalidad.
La relación profesor-alumno en la escuela es una de las que más influjo va a tener para el alumno porque, sobre todo en los primeros cursos de escuela, constituye la referencia inmediata del contacto del mundo interior, el creado en el seno familiar, con el mundo exterior, el que determinan los sucesivos aprendizajes, aunque cada vez se encuentra más compartido con los contenidos accesibles de los medios de comunicación. El profesor, por tanto, se vincula a la tarea específica de los padres cuando se considera a los mismos no tanto en su función progenitora sino educativa, en lo que la respuesta del alumno, en tanto en cuanto más continuada sea la relación, más afectiva se mostrará.
Dado que la función social del profesor no es principalmente educar sino enseñar, la vinculación afectiva del alumno, que se prolongará con diversos matices a lo largo de toda su vida escolar, presenta tanto caracteres positivos y negativos, los cuales conviene analizar para que el rendimiento escolar no sufra menoscabo por un inadecuado enfoque de esa característica en la necesaria relación que surge en la escuela. El fundamento de la prevención no se apoya en que la afectividad alumno profesor sea improcedente, ya que la misma es natural, sino de que la disposición para el rendimiento académico pueda depender de la misma. La simpatía o la antipatía hacia un profesor, como concreción subjetiva de los afectos, va a seguirse de una predisposición positiva o negativa para complacerse en el estudio y a una posible relativización del valor de la materia objeto del aprendizaje. Mientras en los primeros cursos, por ser enseñanza básica, la conducta hacia el aprendizaje es más rutinaria, en los posteriores, cuando comienza la especificación de las materias, es fundamental la buena sintonía profesor-alumno, la que debe basarse en modos pedagógicos que se desvinculen de la afectividad que pueda haber entre el uno y el otro. Este distanciamiento necesario y progresivo se debe planificar mediante la segmentación de las asignaturas que en la escuela imparte cada profesor.
Como los afectos se siguen de una atracción inconsciente, poco gobernable, en especial en la adolescencia, para su adecuada canalización respecto a las relaciones de los alumnos con los profesores se ha configurado como la más adecuada la figura de los tutores, quienes, en parte distanciados en esta función de la tarea directa de la enseñanza, deben encauzar las perspectivas educativas del valor de los contenidos del estudio con independencia de las afecciones que se encuentren en las relaciones escolares.
Desvirtuar el valor de una u otra asignatura porque el profesor o la profesora que la imparten sea más o menos atractiva o simpático, más tolerante o exigente, o se muestren más o menos capaces, puede constituir un gran error, sobre todo cuando afecta a casos personales, porque el rendimiento se trastoca, y la apreciación subjetiva puede alterar el rumbo del futuro profesional de una persona. Hacer ver la independencia entre materia y profesor constituye una de las funciones importantes del tutor, quien siempre debe ampliar la perspectiva vital de la enseñanza mucho más allá de como la concibe el alumno.