PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 37                                                                                              MARZO - ABRIL  2008
página 6
 

AMOR PLATÓNICO


La relación que cada persona realiza con el mundo exterior se constituye por una variedad de formas en las que el punto común es el conocimiento mental de las cosas que coexisten en su universo vital. Estas relaciones podrían agruparse en las que se siguen de una presencia física que motiva el conocimiento, las que se aprenden por analogía a las anteriores y las que se forjan en el desarrollo de las ideas internas sin que las genere una percepción física o intelectual.
La afectividad se sustenta tanto en la proximidad sensitiva como en la mental, idealizándose frecuentemente las sensaciones más allá de las percepciones reales hasta cuánto la mente es capaz de imaginar. Esta capacidad de completarse idealmente se encuentra informada tanto por la sugestión como por una potencia creativa que mueve al ser humano a realizarse, configurando su ser con lo que se encuentra más allá de su dominio. Esta afectividad que se reconoce a sí misma como agente, no paciente, o sea, que se proyecta como una perfección añadida a la personalidad sensible, es la que se identifica con el concepto de amor.
La desmaterialización de las ideas humanas se siguen de una abstracción sobre las aprensiones naturales, pero todas ellas se sustentan en la realidad mental que se elabora sobre el conjunto de conceptos sintetizados desde la percepción continua de los sentidos. La idealización que se puede atribuir a la creatividad, por tanto, no deja de tener una base real, y por mucho que las ideas se desmaterialicen siempre mantendrán una relación en su configuración profunda con el mundo real.
De la mayor idealización de una relación se puede seguir un proceso mental que tiende a sustituir la base real por otra ficticiamente elaborada, en virtud de la creatividad intelectual, y ella permite vivir en lo que podría semejarse a un mundo artificial. Esta tendencia, muy afín para la personalidad humana con un afectividad insatisfecha, es lo que se ha venido a llamar amor platónico en virtud de su formalización sobre relaciones ideales que sólo guardan vinculación con la realidad en sus formas mentales.
La característica esencial del amor platónico está en la idealización de una relación que genera unos sentimientos que se vuelcan sobre una realidad artificial, las más de las veces remotamente posible, más o menos conocida, pero en todo caso sublimada. Este es muy distinto al amor no correspondido, que se sigue de una relación cierta aunque dificultosa, por la que una parte no puede reprimir sus sentimientos aún cuando no pueda alcanzar los afectos que los satisficieran. La no correspondencia no anula la fuerza creativa del amor, cuando es sincera, porque está sustentada sobre un conocimiento y una relación real aunque no correspondida.
Existe otra forma de amor muy espiritual que se sigue de involucrarse en una relación afectiva hacia algo que no se conoce físicamente, aunque de ello se tiene suficiente información intelectual como para dirigir hacia ella gran parte de la atención afectiva. Proviene de la capacidad de conmoverse sentimentalmente con quien no se conoce personalmente, pero sí su realidad. La posibilidad de querer lo desconocido está en la capacidad de idear, no idealizar, las vinculaciones que pueden soportar una relación. Esta faceta responde a la capacidad creativa de la inteligencia humana que puede sustituir la percepción sensible por la abstracción mental, sabiendo que la misma soporta una realidad cierta a la cual dirigir los afectos. En este caso, al contrario que en el amor platónico, se quiere a quien no se conoce pero se conoce lo que se quiere.
Esta forma espiritual de amar más allá de lo que inmediatamente a cada cual le rodea constituye una de los factores más definitorios de la solidaridad, por la que se comparten afectos y recursos con otras personas, a veces situadas geográficamente muy alejadas, no en virtud de quién y cómo son, sino de que, porque son, cabe sostener una relación afectiva por la que se les quiere lo mejor.