PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 37                                                                                              MARZO - ABRIL  2008
página 10
 

REFLEXIÓN SOBRE EL AMOR PROPIO


Amor propio forma un sintagma semántico cuya significación académica corresponde a: 1º El que alguien se profesa a sí mismo, y especialmente a su prestigio. Afán de mejorar la propia actuación. Desde estas acepciones que la lengua ha consagrado, convendría reflexionar acerca de la convergencia filosófica entre todas las extensiones que correspondan al amor como actuación desde y para la persona.
Acotar una definición de amor que corresponda a todas sus condiciones de verdad no es tarea fácil, ya que, al identificarse con una propiedad afectiva mental e intelectual, es muy probable que la delimitación y descripción de lo significado sólo abarque los contenidos socialmente más aceptados, aunque muchas otras determinaciones de dicho afecto puede que hayan sido obviadas. Cualquiera, no obstante, que se acepte como el campo semántico de amor corresponderá al que se aplica al individuo cualquiera que sea su objeto, que no podrá sino calificar como modo o manera de realizarse el afecto en función de la relación sujeto-objeto, pero nunca modificar la condición esencial de lo que es.
El amor propio en su más elemental compendio metafísico correspondería al amor que cada persona posee. Como el amor no es objeto material que pueda recibirse, cada persona tendrá amor en función de su capacidad afectiva, en virtud de que sus sentimientos lo creen. Por eso, del modo más lógico, se debe hablar de amor propio como la potencia de realizarse en cada persona.
Dado que los afectos corresponden a sentimientos seguidos de la relación mental con el mundo exterior a través de los sentidos, el amor exige del sujeto entrar en relación con algo que pueda ser objeto de conocimiento, de cuya consideración y valoración surja un movimiento de atracción que mueva a la mente a establecer un afecto que motive un vínculo de compenetración que comprometa a toda la persona.
El amor propio como forma particular de realización se caracterizará en cada persona por las relaciones que establezca, pues con independencia de la intensidad de su afectividad ésta se proyectará sobre tantos objetos en función de las relaciones establecidas.
Cuando se habla de amor propio en la acepción más característica de la lengua, se considera el amor que un ser se tiene a sí mismo, y esto presenta un pequeño escollo en cuanto que si el amor es consecuencia de una relación que lo motiva, no se puede considerar que el sujeto entre en relación consigo mismo. Se puede aducir que esa relación autopersonal se identifica con el conocimiento de sí mismo, pero es difícil justificar que ello motive los sentimientos con la intensidad propia de una pasión. Muy posiblemente el proceso de amarse a sí mismo, de descubrirse como ser objeto de autovaloración afectiva, resulte de un movimiento reflexivo en el que, al descubrir y valorar a las otras personas, cada uno se valora a sí mismo en comparación con los demás. El amor propio así considerado respondería a una emulación de las perfecciones que se aman en los demás, que presentaría dos determinaciones: La primera, más perfectiva, que correspondería al afán de mejorar la propia actuación, no necesariamente tendría un fin sí mismo, ya que ese afán puede estar psicológicamente concebido como el esfuerzo de mejorar para ser útil en las relaciones establecidas. La segunda, más inperfectiva, ya que el amor que alguien se profesa a sí mismo con mucha frecuencia se construye desde la envidia, por la que se quieren poseer los valores que se advierten en los demás con el fin de ser más querido que estos.
Cuando el amor propio entra en conflicto con el amor a los demás, por la sobreestimación personal, se introduce un obstáculo al proceso a las relaciones interpersonales, ya que al primar el querer ser querido se vician en su esencia la naturalidad de los afectos que deberían seguir a la motivación de la valoración de los demás como complementación de la propia personalidad.
Los grandes conflictos de las relaciones de género y de las disputas profesionales encuentran su causa psicológica en un incontrolado amor propio, por el que la envidia desplaza el espacio de una lógica autoestima por un apasionado esfuerzo para ser superior al otro, lo que superando normalmente la capacidad individual para lograrlo se termina por concebir como una pasión mental irreal.