PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 38                                                                                              MAYO - JUNIO  2008
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PLANETA SIN FRONTERAS


Los grandes líderes de la humanidad han sido los que han sabido interpretar los signos de los tiempos e impulsar políticas anticipativas para propiciar que los anhelos lleguen a convertirse en realidad.  Algunos fueron conquistadores y colonizadores que difundieron los progresos y la cultura de sus sociedades. Otros auspiciaron la investigación y la tecnología a fin de inducir el desarrollo. También algunos lideraron políticas de concierto entre las naciones para favorecer el entendimiento y la paz. Todos ellos fueron líderes no en virtud de su carisma personal, sino porque ilusionaron a su gente en un proyecto que era común, trasladándolo de las ideas a los hechos, llegando a convertir en realidad los sueños de sus contemporáneos.
El siglo XXI se presenta con un carácter nuevo, fruto de la carrera tecnológica que, acortando las distancias e inmediatizando la información, está estereotipando el moderno modo de vida occidental, que se sobrepone sobre inmensas masas sociales educadas en las más diversas tradiciones. Esta proceso de globalización es antes de nada una realidad juvenil que contempla el futuro desde una perspectiva de progreso inusitada. Dado que a estos jóvenes les corresponde el protagonismo del siglo XXI, cualquier liderazgo para los nuevos tiempos habrá de conectar con sus aspiraciones.
La sociología del siglo XX se ha caracterizado por los movimientos migratorios dentro de los Estados, desde los ámbitos rurales a las grandes concentraciones urbanas, motivados en parte por la escalada demográfica, pero no menos porque en las ciudades el progreso se desarrolla a una mayor velocidad de la que se difunde en el ámbito rural. Esta tendencia en el nuevo siglo está tomando una dimensión universal, y conforme que la cultura crece y los medios lo permiten, los anhelos de desarrollarse en ambientes más propicios está alimentando movimientos sociales que siguen a la economía de la globalización.
La aspiración principal de los jóvenes del siglo XXI está en no quedar rezagados a las políticas de bienestar, lo que esencialmente se identifica con el derecho a la movilidad para conocer los otros mundos y establecerse allá donde las condiciones sean más favorables para crecer según parámetros de la modernidad. Esto implica en gran manera la relativización de la configuración universal según los modelos de los Estados tradicionales, para reclamar un sociedad global no sólo en el intercambio comercial y cultural, sino también en la relajación de las fronteras para la práctica de la libertad de tránsito para las personas.
Liderar con acierto la política del presente siglo exige, por tanto, enfocar las relaciones internacionales desde estas nuevas perspectivas sociológicas, que no se pueden dedeñar como inasumibles, sino como el gran reto de la convergencia mundial.
Dado que los movimientos sociales parece que superan a las respuestas políticas, es por lo que interesa activar el liderazgo mundial mediante una planificación que controle, pero no reprima, las nuevas exigencias de la sociedad global. Esta iniciativa que concierne a los organismos internacionales, a las grandes potencias, a las confederaciones de Estados hoy existentes, exige considerar qué se debe hacer para dar respuesta a un mundo global, entre cuyas tareas esté la de la corresponsabilidad solidaria para la conservación medioambiental.
Un posible reto a liderar puede estar en la supresión de las barreras fronterizas para el año 2050, lo que sólo es posible si se planifica la convergencia económica para que la migración no sea una necesidad, sino una fluencia de personas entre continentes y pueblos con similares capacidades de desarrollo. Uno de los primeros retos está en la gestión de la energía que respete un mismo derecho al bienestar, pero también son problemas no menores el del agua, la desertización y la debida administración de los recursos de la naturaleza que sustentan toda política de bienestar.
La convergencia universal necesita afianzar una lengua culta entendida por todos los habitantes de la tierra como cauce de comunicación. Una eficaz alianza entre todas las civilizaciones para racionalizar todo lo esencial que una a la humanidad frente a las determinaciones de cada tradición. Pero lo más importante está en la efectiva confirmación de la igualdad de todos los hombres en el derecho y en la oportunidad a realizarse como personas. Vencer los condicionantes de la personalidad establecidos por la tradición se puede lograr con mucho menos esfuerzo del que pudiera parecer si las condiciones de educación son favorables en el transcurso de una o dos generaciones. Se cuenta a favor la predisposición de la persona hacia el bien, sobre todo cuando se la hace sujeto corresponsable de un proyecto de solidaridad.
A nadie debe pasarle inadvertido que el gran desarrollo para converger está en la economía, porque potenciar el desarrollo de los pueblos desfavorecidos exige la redistribución de la riqueza, pero lo que a plazo corto y medio puede suponer un importante esfuerzo, a largo plazo, con un crecimiento sostenido mundial y una universal trasferencia de bienes y personas en condiciones similares de producción, será la mejor garantía de bienestar.
El universo sin fronteras que auspicia la juventud del siglo XXI no se corresponde a un mapa sin naciones, sino una apertura de mentalidad para concebier éstas como comunidades abiertas, aunque cada una de ellas con su propia personalidad enriquecida por la forma propia de las nuevas generaciones y de todos los allegados a establecerse y compartir convivencia. La superación de las barreras fronterizas supone para la personalidad eliminar una cortapisa sicológica, pero no por ello uniforma las maneras de pensar, que siempre estarán condicionadas por el ambiente en el que cada cual se educa. Pero formar ciudadanos universales favorecerá sin duda la comprensión, la tolerancia y la libertad.