PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 38                                                                                              MAYO - JUNIO  2008
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VALORACIÓN PROFESIONAL


Siempre lo fue, pero hoy en día parece que se ha redescubierto que el mejor activo de una sociedad, cualquiera que sea, pública o privada, es el de la capacidad profesional de sus trabajadores. Al fin y al cabo, todas las ideas, creativas o gestoras, sólo se generan en las personas, y, por tanto, que una sociedad funcione dependerá de que los recursos humanos gestionen y potencien adecuadamente los demás recursos productivos.
En el número 24 de sea revista, un artículo comentaba la necesidad de controlar el error, ya que humanamente era imposible erradicarlo completamente. De modo semejante me parece interesante plantear cómo aproximarse a la valoración profesional en el trabajo para seleccionar a los trabajadores por su contribución potencial al activo de la sociedad. Muy posiblemente el rendimiento neto esté en una conjunción de la capacidad de trabajo y la tendencia al error.
Una máxima esencial al juzgar a un trabajador, sea del nivel profesional que sea, es que quien hace cosas, se equivoca; y quien no hace nada, nunca yerra. Por tanto, la persona rentable socialmente es la que comete errores y por ello el empeño esencial de los responsables de la más alta gestión de una sociedad debe dirigirse a la formación de los trabajadores más activos para progresivamente controlar su margen de error. La madurez de ese control se encuentra en la autoevaluación, porque constituye el más inmediato filtro del error y exime a la dirección de costosos sistemas de rectificación.
De este modo la valoración profesional de una persona se apoya en tres características:
  1. Su capacidad productiva.
  2. Su capacidad autoevaluativa.
  3. El porcentaje de error.
Pensar que quien más se equivoca es quien menos vale sólo es cierto si se aplica de modo analítico sobre porcentajes de errores/producción. Y para ello es necesario medir la trascendencia del error sobre la influencia de los resultados sociales o empresariales. En la medida que el error se genera más próximo a la cúspide empresarial, más trascendencia tendrá por su mayor proyección sobre el conjunto social, y al mismo tiempo más difícilmente se detectará, porque la restricción crítica de los órganos superiores son menos numerosos.
El porcentaje entre error/producción es lo que determina la calidad productiva, cuyo control debe establecerse sin que la obsesión por eliminar el error mine la capacidad de producción. Porque si el concepto de calidad se logra mediante modos que entorpecen la producción, el límite se aproximaría a error=0, en una producción=0.
La valoración profesional, por tanto, habría que medirla en la progresión del control del error sobre la dinámica de la producción, de modo que el objetivo no priorice error o productividad, sino minoración del porcentaje de error respecto al incremento productivo. Cuando estos valores se refieren a una persona particular, lo que realmente es cada trabajador, la productividad la marca la madurez de la capacidad de análisis par autovalorar los límites de trabajo en los que la responsabilidad pueden salvar un margen de error aceptable.
Cuando un aumento excesivo de trabajo supera los resortes del autocontrol del error, se incrementan potencialmente los riesgos de rentabilidad. Por eso, la valoración profesional no sólo atiende a lo que se hace bien, sino al límite capaz que se puede gobernar. Hay quien siendo un excelente productor creativo hasta una cierta cota, superada ésta la calidad de su trabajo disminuye tanto que le resta absoluta competitividad. Esto indica que el valor de cada cual no es un absoluto, como si fuera una consecuencia intrínseca de su personalidad, sino que se vincula a una tarea, siendo de la conjunción de ambas de donde resulta una valoración que puede ser extrapolable a otras tareas a acometer.