SATISFACERSE
La estabilidad de la vida conyugal se sigue en gran manera de acertar a interpretar una relación recíproca en la que las dos partes han de encontrar tanto un grado de realización como de satisfacción. Posiblemente la realización personal corresponda a una dimensión sicológica que la relación externa puede favorecer o condicionar, pero, en lo decisivo, está en la conciencia de sí que informa a todo individuo, y como cualquier ámbito de la conciencia resulta impenetrable para los demás. La satisfacción, en cambio, resulta en gran parte de recibir los impulsos para colmar los afectos que, a través de los sentidos, la producen. Es aquí donde la actitud de los cónyuges adquiere una importancia decisiva, cuando, al menos, cada parte considera que sigue recibiendo de la otra la satisfacción que motivó la decisión de la vida en común.
Atender al otro es una de las tareas principales de la comunidad conyugal, porque la relación que determina esa convivencia lleva implícito el cuidado mutuo, lo que no sólo revierte en el otro, sino también sobre la misma persona que atiende, en cuanto conserva a su compañero/a en la mejor condición. Si se descuida esa atención no sólo representa una degradación de la vida afectiva, sino que se gesta el riesgo de que cada parte empeore la identidad que sostenía la atracción de la pareja.
Satisfacerse en la vida conyugal se puede realizar en cualquiera los aspectos de la vida que generan satisfacción, pero muy especialmente en aquellos que cubren las expectativas concebidas para cada miembro. Muchas satisfacciones personales se cubren fuera del matrimonio, otras están más o menos influenciadas por la vida conyugal, y algunas se encuentran tan plenamente determinadas por ella que se pueden considerar como propias de la vida en pareja. Entre estas se encuentra las que configuran más directamente a la familia, como las que se refieren a los hijos, el bienestar del hogar y las relaciones sexuales.
Adquiere un valor decisivo en la estabilidad de la vida en pareja la prevalencia de la posición reflexiva o la recíproca en las relaciones, pues muestran si se sostiene el sentido último de poner la vida en común. Gramaticalmente satisfacerse puede significar a una intención reflexiva, como en lo que uno practica buscando la propia satisfacción, o a un sentido recíproco, cuando la intención se fija en que mutuamente se intercambian actos que ofrecen satisfacción. Este matiz es fundamental porque aún cuando ambos sentidos, el reflexivo y el recíproco, puedan coincidir, otras veces no es así, y se ofrece satisfacción, aunque no apetezca, como respuesta a un convenio implícito de que la otra parte actuará con la misma intención en otro momento de la relación. Lo que se persigue es ofrecer a la otra parte la satisfacción que le genere un bienestar que además de individualmente trascienda a la vida familiar.
El hábito de satisfacer es quizá la virtud principal que debe cultivar toda persona, porque interpreta la disposición intelectual hacia el ejercicio del bien, cuyo carácter no se comprende sin que se conciba como la transmisión de un valor sobre otra persona u objeto. Siendo el matrimonio una relación cuya finalidad es la comunicación de bienes, en cuanto cada parte crece en le virtud de satisfacer más fructífera será la relación. Perseverar en ese ejercicio, repudiando la contabilidad de la reciprocidad de los afectos, apuntala la estabilidad conyugal, porque quererse no es sino hacer feliz, y ello se logra día a día satisfaciéndose mutuamente en lo que el otro más espera.