MOTIVAR LA REFLEXIÓN
Entre las tareas que se reparten y asignan los hombrea en la sociedad a algunos les corresponde la de servir la comunicación de lo que acontece en la sociedad a los ciudadanos. Unos se especializan en desarrollar los medios técnicos y otros en la transmisión de lo relevante mediante la síntesis del discurso que comunica lo acontecido. Aquéllos emplean la tecnología y éstos los procedimientos mentales e intelectuales del lenguaje. El rigor de este trabajo exige de la pertinente documentación, en cuya labor se mezclan las propias ideas que enjuician tanto el valor de lo que es noticia como el modo de presentación que potencie el interés del ciudadano hacia la promoción del propio trabajo. Esto encierra que la actividad del periodista siga una motivación que puede variar según sea la perspectiva íntima desde la que se entiende el sentido de la comunicación en la sociedad.
El siglo XX ha sido testigo de cómo las comunicaciones adquirieron mucha relevancia en función de dos realidades sociológicas: La primera fue -además del potencial técnico- el acceso de las masas sociales a la alfabetización, lo que configuró mayor protagonismo a la documentación escrita; la segunda, el reconocimiento sociológico de la personalidad ciudadana, que de alguna manera convirtió a todos en protagonistas del destino social. Tanto pues los movimientos sociales autoritarios como los democráticos entendieron la importancia de ganar para su ideología la opinión de los más. De ahí desembocó la configuración del recurso de la comunicación como propaganda, cuya impronta ha contaminado el periodismo hasta nuestros días.
Pensar que la comunicación se reduce a la reproducción en imágenes o palabras de lo acontecido representa una simplificación, porque los acontecimientos, como consecuencia de ser por actos humanos, están llenos de matices según las voluntades que los provocan, de tal modo que reproducir la noticia exige contextualizarla sociológicamente para que sirva como auténtica comunicación social. Esa contextualización, que es obra del periodista, puede idealizarse según y cuánto la mentalidad profesional haya convenido, desde quien busca transmitir la máxima objetividad, minimizando su subjetividad, hasta quien encuentra en cada noticia un medio para ensalzar su propio subjetividad como institución de criterio. Unos dejan que los acontecimientos enseñen, y los otros intentan educar a través de lo que pasa. De aquí el que en las últimas décadas haya trascendido en relevancia el llamado periodismo de opinión.
Los límites de la opinión en las comunicaciones deberían configurarse en la distinción de intenciones entre quienes pretenden motivar la reflexión y quienes intentan marginarla mediante la elaboración de un periodismo concluyente. La principal diferencia radica en que quien pretende fomentar la reflexión considera que al verdad social respecto a un acontecimiento se sigue de la reflexión interna de cada persona. Los otros sientan cátedra de verdad desde su opinión, como si la profesión les dotara de una facultad superior a los demás para interpretar la verdad que se esconde tras cada acontecimiento. Incluso tener acceso a información privilegiada no garantiza la adecuada interpretación de la misma, especialmente para quien incluso en la decantación de la información se deja arrastrar por el imperio de su subjetividad.
El ánimo del buen periodista que respeta la libertad del destinatario de su información -la libertad de la sociedad- debería estar motivado por orientar su opinión en favorecer la reflexión particular, ofreciendo cuantos más contenidos sean posibles en torno a una noticia, a fin de que todos ellos ayuden a la libre interpretación de la realidad. Ayudar a reflexionar supone informar no sólo manteniendo una adecuada distancia de imparcialidad a la noticia, sino también manifestar que la última conclusión para cada ciudadano se seguirá del contraste de las variadas opiniones y de la conexión de unos acontecimientos con otros. La instrucción del periodismo no es la de las ciencias exactas, sino que se hermana con las especulativas que siempre deján abierta la conclusión a una más relevante información. Sólo quien gozara la exclusividad de la plena información y una mentalidad máximamente objetiva podría reivindicar su derecho a sentar opinión, pero los tales no parece que abunden en una sociedad que promueve la mayor parte de los medios con fines de interés partidario.