CONTRARREVOLUCIÓN
El movimiento ciudadano que se opone a la vigencia o permanencia de un Estado revolucionario es lo que se denomina contrarrevolución. Su fundamento social está en que toda revolución altera el proceso lógico de la participación, de la representación y de la tolerancia.
Los procesos revolucionarios --que normalmente siguen a la alteración de derechos de la ciudadanía-- se apoyan en parte en las deficiencias del Estado vigente, pero sobre todo en la ansiedad social que aspira a una mejora de su bienestar. Lo que suele suceder después es que la ciudadanía, independientemente del logro o fracaso de su progreso de bienestar, percibe que toda revolución se consagra a sí misma y se muestra intransigente para evolucionar con los tiempos y los anhelos sociales.
Tanto más en cuanto que la revolución predique la rectificación de los hábitos comunes de la tradición, más se apresura la desilusión, porque instaurar formas de comportamiento novedosas las más de la veces impactan con los criterios de libertad previamente consolidados. El axioma esencial es que los ciudadanos no aspiran a que se les haga libres, sino simplemente a ejercitar su libertad.
La contrarrevolución nace desde el mismo momento en que una revolución triunfa y establece como forma de Estado unos principios que aspiran a permanecer inalterables, lo que vulnera la iniciativa social para que sean las mayorías representativas quienes gocen permanentemente del mandato de hacer el Estado como en cada momento lo quieren los ciudadanos.
La contrarrevolución corresponde más a un sentir social que a una trama organizada y es por lo que progresa lentamente en su peso político, por más que sea una mayoría los ciudadanos los que comparten la resistencia al poder revolucionario constituido.
La contrarrevolución que no quiera ser una alternativa de revolución, sino un Estado de derecho libre, más o menos democratizado según su cultura política, ha de fijarse en que la autoridad dimana del pueblo, pero no según la consideración de masa, sino como la suma de voluntades individuales que salvan su permanente decisión de representatividad. El objetivo último de toda contrarrevolución natural es la configuración de estructuras representativas como garantía del ejercicio de la libertad, no tanto porque ellas hagan efectivos todos los derechos, sino porque los derechos lo son porque los ciudadanos los experimentan y los demandan, gozando de una perspectiva de consolidación de la que se carece en la rigidez doctrinaria revolucionaria que idealiza los derechos no como la consecuencia de las relaciones sociales, sino como realizaciones de una idea de Estado sobre cada individuo.
Frente al idealismo revolucionario, la contrarrevolución se caracteriza por la carencia de una ideología, y es por lo que puede aglutinar formas muy diversas de entender la política, lo que es el auténtico reflejo de la libertad. El único dogma que se tolera es el de no ser dogmático, ni siquiera en cuáles hayan de ser los medios de liberación. Y es que lo que más une a la sociedad, incluso por encima de los ordenamientos jurídicos, es el sentido común. La contrarrevolución es una conciencia colectiva que sabe lo que no quiere, atisba lo que quiere, pero de común carece de medios para intentar conseguirlo.