PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 39                                                                                              JULIO - AGOSTO  2008
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LAS CARTAS BOCA ARRIBA


Unos de los temas que algunos estudiosos abordan con respecto a la ética de los negocios está en delimitar hasta dónde la astucia puede jugar en favor del propio interés sin que se pueda culpar por el detrimento que puede generarse para el legítimo derecho de la parte contraria. Bien sabido es que fuera de la ética el mercantilismo tolera todo lo que no sea delito, pero, puesto que el mundo de los negocios se establece y dirige por personas, éstas no quedan ajenas a la responsabilidad ética de su forma de abordar los compromisos, y
mucho marcarán los criterios aplicados la estructuración de la conciencia, cuya influencia es decisiva a la hora de la conformidad con la autovaloración personal.
Los negocios pueden estar contaminados por la ética que atañe a su finalidad -que no es objeto de esta reflexión- y por la que se aplica a su proceso de formalización, en la que se puede jugar con métodos ilícitos u ortodoxos, y todas las posibles escalas de valor intermedias. Muchos consideran que en los negocios vale todo, con tal que el fin sea legítimo, siguiendo una conciencia ética ajustada a ese planteamiento. El bien o el mal sólo se considera o en el fin del objeto que se negocia, o en el beneficio final logrado. Se mezclan así con frecuencia escalas que enturbian la razón ética que debe acompañar a toda persona en todos los actos de la vida, muy especialmente en los que exista relación que entrañe beneficio o perjuicio para otras personas.
Generar una regla para la definición de la conciencia ética siempre es difícil de establecer y más cuando las situaciones y casuísticas que se dan en los negocios son casi infinitas, y por ello la aproximación en lo que concierne a las formas se deben acotar desde la consideración de la actuación de las personas y el uso proporcionado de su información, documentación privilegiada, confianza, astucia, etc. La administración de los propios medios no puede ser nunca calificada como de falta de ética si la misma es correcta, o sea si no altera el concepto de bien que sustenta toda la ética. Esto se logra si individualmente cada procedimiento no infringe el bien que intrínsecamente debe connotar. La efectiva aplicación de esa noción no está en contradicción con una medida exposición de la propia información, de modo que reconduzca la negociación hacia la posición más favorable. Es ello utilizar la sagacidad para saber poner sobre la mesa de negociación más o menos datos y en el momento propicio para su valoración.
Los juicios más estrictos sobre la ética favorecen la total transparencia entre las partes negociadoras. Se utiliza con frecuencia el símil de los naipes de jugar con las cartas boca arriba, de modo que todas las partes  trabajen sobre la misma información y no se puedan sentir engañadas. Pero dado que el fin de los negocios es obtener beneficios, parece excesivo exigir esa total transparencia y más bien habría que permitir callar las propias cartas sin que ello se considere una benignidad de lo que sería deformar o falsear sobre lo que la verdad requiere. Mentir sí es una transgresión ética en toda regla, pero jugar con los tiempos y los datos proporcionadamente parece que corresponde al libre ejercicio del derecho de cada cual a preservar su beneficio. Jugar con las cartas boca arriba no se puede exigir habitualmente, pero ello no admite que amparándose en el secreto de los contenidos se pueda hacer trampas a las reglas propias del juego.
La forma ética de llevar los negocios no autoriza a falsear lo verdadero, pero deja un amplio margen para que las partes se reserven información cuyo silencio no infrinja directamente el bien debido a la parte contraria. Negociar con fortuna de alguna manera está en adivinar la jugada que el otro tiene en sus manos, ya que éticamente no se puede exigir que la otra parte muestre sus cartas boca arriba.