PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 39                                                                                              JULIO - AGOSTO  2008
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SUJETO Y OBJETO EN EL CONOCIMIENTO


Las dificultades que el estudio del conocimiento ha arrojado a lo largo de la historia se deben a la posible y distinta perspectiva que se adquiere de la teoría del conocimiento según que se considere prioritariamente de modo subjetivo, de quien conoce, o de modo objetivo, lo que se conoce. Ambas perspectivas son necesarias para que haya conocimiento, sujeto y objeto, ya que nada podría ser conocido si no existiera un ser con capacidad de conocer, y nada podría ser conocido si no existiera una realidad con objetos posibles de comunicarse como seres cognoscibles.
La metafísica del ser y las filosofías idealistas han priorizado una u otra perspectiva de la entidad del conocimiento adoleciendo de dar una respuesta formalmente coherente de la múltiple implicación del sujeto y el objeto para posibilitar el conocimiento, muy especialmente cuando han de versar sobre el conocimiento intelectual, ya que el conocimiento sensible responde a un proceso más simple y por tanto más accesible a definir. El conocimiento intelectual ofrece la particularidad de que conoce que conoce, y por ello el propio acto de conocimiento se manifiesta como sujeto y como objeto.
Un punto de inflexión en el desarrollo de la filosofía sobre el conocimiento humano se puede admitir en el racionalismo de Descartes cuando categoriza la existencia en función del sujeto pensante que la percibe. Desde ese momento intelectual el sujeto del conocimiento, quien piensa, trasciende su subjetividad para configurarse al mismo tiempo como objeto del conocimiento, el que existe.
Si se considera el proceso cognitivo como una trasferencia lineal de información desde el objeto al sujeto, la relación entre ambos extremos del proceso está marcada por la idoneidad de elementos para ser compatibles en el proceso de cifrado, trasmisión, descodificación y retención. Cada parte presenta su propio proceso, el objeto mediante los accidentes de su materia que le hacen cognoscible, y el sujeto mediante los procesos imputacionales que le permiten conocer.
Cuando se atiende a considerar la naturaleza del conocimiento intelectual el problema se complica, ya que el mismo se identifica con un acto de reflexión por el que la información del objeto no procede de un grupo de señales imputables externas sino de un contenido mental inmaterial cuya entidad radica en el mismo sujeto que piensa. Este procedimiento compuesto del conocimiento intelectual presenta una doble articulación por la que el objeto ha de ser mentalizado en el sujeto para que pueda ser objeto del nuevo acto de conocimiento del mismo sujeto que hace posible la reflexión.
Esta doble articulación del conocimiento intelectual establece una nueva forma de relación entre el objeto y el sujeto, ya que el objeto del conocimiento no es otro que el mismo sujeto y su capacidad de conocer sensible que le relaciona con la realidad externa. Cuando el objeto del conocimiento es el sujeto que conoce es cuando se conoce a sí mismo, y por ello se establece una íntima relación de convergencia entre sujeto y objeto, de la que del acto de conocimiento intelectual se sigue la percepción intuitiva de la propia existencia.
Cuando se ignora la doble articulación del conocimiento intelectual como forma del conocimiento humano y se postula como simple y único el proceso del conocimiento sensible e intelectual, la interpretación de la existencia se ha realizar desde la consideración de objeto o sujeto, y según se contemple una y otra perspectiva se concluirá en una filosofía materialista o idealista. Si se acepta que todo el conocimiento se sigue de un proceso imputativo de la percepción exterior, totalmente objetivo, no existirá forma de justificar la autoconciencia por la que cada persona se conoce a sí misma, alcanzándose un conocimiento accidental de las características de la propia materia y de los actos que se siguen de su modo de ser: se conoce el cómo se es, pero no se puede conseguir un conocimiento del qué se es. Cuando se considera el conocimiento como una actividad sin tomar en consideración la doble articulación del conocimiento de la relación entre objeto y sujeto, no se puede predicar la realidad de lo externo al propio sujeto que conoce, lo que más o menos radicalmente incide en constituir una filosofía idealista, concebida desde la realidad del acto de conocer sin poder asegurar la realidad del objeto conocido.