PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 39                                                                                              JULIO - AGOSTO  2008
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LOS 3 VÉRTICES DE LA MEDITACIÓN


Que la meditación cumple un objetivo por sí misma es considerado por muchos como una cierta manera de evadirse de la realidad, en tanto en cuanto se estima que se acude al refugio del mundo interior en sustitución de las responsabilidades personales y sociales que atañen a cada una de las personas. Por eso es muy bueno divulgar que el objeto de la meditación es el conocimiento por el cual quien la practica incrementa sus disposiciones para enfrentar la realidad desde una perspectiva mucho más profunda de la verdad.
Siendo el objeto último de la meditación la aproximación hacia la verdad, coincide en ello con la filosofía, y por tanto no es extraño que existan lazos que identifican a la filosofía con la meditación y viceversa. La distinción entre ambas radica en que la meditación es un método y la filosofía una ciencia, aunque tanto una como otra comparten la necesaria disciplina mental para distanciarse e interpretar los acontecimientos en que se manifiesta la realidad.
En lo que concierne a la meditación, esta disciplina puede organizarse en tres vértices:
  • El conocimiento del alma a sí misma.
  • El conocimiento del cuerpo que se habita.
  • El conocimiento del mundo que vive.
El conocimiento de la propia alma, o sea, la realidad personal que transciende la materia, se constituye como objeto de la meditación para el descubrimiento del yo íntimo sujeto capaz de administrar progresivamente mejor todas las imputaciones externas que convergen en la mente para determinarla a responder a los influjos sensibles. Mientras no se profundiza en el conocimiento del yo y se potencia la función autónoma del sujeto, toda la persona humana se considera, de manera más o menos implícita, dependiente de la realidad exterior en la mayoría de sus actos, forjándose una personalidad pasiva por más que un frenético activismo pudiera aparentar lo contrario. Descubrirse como sujeto propio de sí mismo exige el distanciamiento de la materia para lograr la autocontemplación del alma como reguladora incluso del influjo de las ideas mentales generadas por la experiencia cognitiva. El poder de la mente radica precisamente en descubrirse libre de toda servidumbre, y por tanto en sujeto último y radical de la orientación de la propia personalidad.
El conocimiento del cuerpo que se habita es una de las tareas que necesariamente ha de abordar la meditación por constituirse como el mundo material más próximo y determinante de la persona. Los influjos internos derivados de la íntima sensibilidad y de los procedimientos automáticos que la naturaleza ha configurado en el cuerpo son el determinante máximo de la propia realidad, aunque a veces por su rotundidad no se aprecie en cuánto determina su influjo sobre el espíritu. Habitar un cuerpo es tan consustancial al modo de ser, que con frecuencia se olvida la necesidad del buen gobierno del mismo, lo que no se logra sin un profundo conocimiento del funcionamiento del mismo. La meditación en esta disciplina presenta dos objetivos: por un lado, percibir los influjos e identificar su determinación sobre la mente; por otro, aprender a dominar y orientar esos influjos mediante el hábito por el que las potencias corporales se acomoden a los ritmos que les marque la mente.
El conocimiento del mundo que se vive facilita la meditación mediante la distinción de los contenidos de verdad que puedan hallarse en cada acontecer. La confusión del conocimiento proviene en gran parte de la dispersión con que la persona humana se relaciona con su entorno, por la cual acumula ideas sin discernir la coherencia que contienen. La meditación favorece el juicio ecuánime acerca de las condiciones de identificación de la verdad según las categorías racionales de la mente, porque en el distanciamiento de las determinaciones materiales se diluye el apasionamiento del interés práctico de la respuesta.
Estos tres vértices del conocimiento que constituyen el objeto de la meditación se conforman a su vez mediante relaciones mutuas, por las que cada uno de ellos se perfecciona y proyecta en función de los otros dos, ya que el límite del conocimiento está en conocer sin límite. Estas relaciones mutuas configuran un triángulo virtual por el que todo conocimiento en cada vértice presenta tanta transcendencia vital para la persona en cuanto contribuye al progreso en los contenidos de los otros dos.
Las relaciones entre el conocimiento de la propia alma y el cuerpo determinan cuáles funciones de uno y otro obstruyen el desarrollo del contrario, ya que sin un adecuado dominio sobre el cuerpo se hace difícil lograr el estado de concentración preciso para profundizar en la contemplación mental.
Las relaciones entre el cuerpo y el mundo en el que se vive determinan en mucho la salud corporal, porque el qué se respira, se come, se bebe, se oye, el cómo se ve, la relajación o la tensión muscular, etc. van a influir sobre cuerpo y espíritu, y el adecuado gobierno del entorno según el conocimiento progresivo que se posee del propio cuerpo va a influir decisivamente en el estado de satisfacción global de la persona.
Las relaciones entre el mundo en que se vive, con su carga de estrés, la depresión, las euforias... van a influir en la posibilidad de la percepción de la propia alma , tanto cómo que la meditación exige un sosiego que la realidad social del siglo XXI niega a una gran parte de la humanidad. A su vez, el progreso en la conciencia mental ayuda a considerar en su justo punto los acontecimientos, dado que todos ellos trascienden en tanto en cuanto modifican la capacidad de autorrealización y no por la apariencia de bienestar que sugieren.
Cuando se orienta la meditación hacia un único enfoque, por ejemplo: la relajación muscular, se progresa en ese aspecto y sólo por sintonía en los demás. Potenciar la propia meditación requiere además de profundizar en el método de la abstracción ser capaz de abarcar todo el mundo de los influjos que se proyectan hacia la persona y orientarlos positivamente para que desde la propia satisfacción mental se difundan reconvirtiendo el entorno vital en un espacio más humano, que no es otro que el que integra el propio yo en la naturaleza universal.