PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 4                                                                                                   OCTUBRE-NOVIEMBRE 2002
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INDÍGENAS







En uno de mis últimos viajes por México en los que he recorrido y convivido con algunos colectivos indígenas me ha venido a la memoria un texto de la obra de Vázquez Montalbán, cuya lectura crea inquietud sobre la realidad indígena en Latinoamérica. Dice el autor en Marcos, el señor de los espejos: “Hasta que no tuve cincuenta años no me di cuenta de la existencia de indígenas”, reveló a alguien un intelectual guatemalteco, sorprendido de su propia capacidad para no ver, porque en Guatemala un 50% de la población es asumidamente indígena. “En mi casa siempre tuvieron indígenas de personal de servicio, pero trabajaban sin ser vistos. Cuando limpiaban la casa o servían las mesas, presentíamos que estaban allí, pero no les veíamos. Nuestros ojos tratan por todos los medios de no ver a nuestros vencidos.”

¿Cómo pueden defenderse los indígenas, inmersos como minorías en extinción de un mundo dominado por el conquistador?
Existe un punto de vista occidentalista, del criollo y de la revolución mexicana, que a partir de la coartada del mestizaje dejaba de lado la supervivencia del mundo indígena. Guillermo Bonfil Batalla (México profundo) lo intenta modificar y sostiene que la descolonización de México contra España fue incompleta porque los grupos que han detentado el poder desde 1821 nunca han renunciado al proyecto de civilización de occidente en nombre de un México imaginario que excluía el México profundo precolombino. Dice Bonfil: “el México profundo mientras tanto resiste apelando a las estrategias más diversas según las circunstancias de dominación a que es sometido. No es un mundo pasivo, estático, sino que vive en tensión permanente. Los pueblos del México profundo crean y recrean continuamente su cultura, la ajustan a las presiones cambiantes, refuerzan sus ámbitos propios y privados, hacen suyos elementos culturales ajenos para ponerlos a su servicio, reiteran cíclicamente los actos colectivos que son una manera de expresar y renovar su identidad propia; callan o se revelan, según una estrategia afinada por siglos de resistencia”. Resistencia, he aquí una palabra, una cultura que el occidental ha desconocido, desde el criterio de que todos los pieles rojas habían perdido una batalla final, acaecida en diferente fecha en cada lugar de la geografía americana. En la última edición de México profundo (Grijalbo 1989) Bonfil afirma que si bien el indígena había desaparecido de los proyectos del México criollo, del México revolucionario y del México moderno, seguía presente en el imaginario legitimador de la lucha por la independencia, sobre todo en los murales épicos donde la imagen del indio es casi imprescindible: “los rostros morenos de pómulos altos y ojos rasgados ocupan, junto a los caudillos consagrados, el lugar protagónico del muralismo mexicano”. También los museos antropológicos, especialmente el Museo Nacional de Antropología de México D.F. exaltan la raíz india de México, aunque no tanto su realidad indígena actual. Concluye Bonfil que la presencia de lo indio en muros, museos, esculturas y zonas arqueológicas abiertas al público traduce la presencia de un mundo muerto, muy especialmente para los que Bonfil llama gente linda que puede presumir de orígenes que se remontan a la conquista o de haber llegado a la cumbre social desde la pobreza, pero nada pinta en esa alcurnia pasada o reciente el indígena, el peón que enriqueció a sus antepasados o que ha contribuido a la ascensión del self made man.
Se trata de la representación de un divorcio entre el proyecto mexicano que se inicia con la invasión europea y la civilización mesoamericana que ha sobrevivido a todas las destrucciones explícitas o implícitas.
Los medios de comunicación de masas han tratado de inculcar el modelo de un México imaginario, no ya occidentalizado sino plenamente sometido a los estándares estadounidenses, en los que lo indígena ha quedado definitivamente excluido. Cuando esos medios llegan al receptor indígena, no le ofrecen ninguna posibilidad de identificación positiva y cuando el indígena se rebela sigue cayendo sobre él la alianza de la cruz y la espada, la televisión y la bayoneta, porque se le sigue considerando un perdedor que ha sido incapaz de asumir las ventajas de la verdadera civilización.