PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 40                                                                                            SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2008
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JUEGO LIMPIO


Desde que el deporte se ha convertido en un espectáculo de masas que mueve tanto dinero como seguidores, parece que la deportividad ha quedado para los competidores románticos que sostienen su honradez por encima de sus intereses. Evaluando la generosa rentabilidad económica que produce la victoria, no parecería extraño que se recurriera a cualquier método para hacerla propicia. Si además se considera cómo el poder de los medios de comunicación endiosan a los vencedores, podría pensarse justificado todo tipo de esfuerzos, dentro y fuera de la competición, para lograr esa fama mundial. Así visto, el juego limpio ha quedado desfasado, habiéndose entrado en una nueva era deportiva donde la norma es el "todo vale mientras no me pillen".
Pensar que esto es así es engañarse, pues son muchos los deportistas que siguen valorando la honradez como el primer activo del deporte, y por encima del éxito y el dinero consideran lo mejor del deporte poder mirar de frente a sus compañeros sin el resquemor que perturba al tramposo.
En los últimos tiempos ha trascendido la condena general para quienes las trampas las preparan recurriendo a sustancias que alteran la normal fisiología del cuerpo, extralimitando su comportamiento. El dopaje genera un incremento del rendimiento atlético que por una parte desnivela el lógico enfrentamiento deportivo y por otra introduce factores de riesgo para la salud del deportista. Estas dos circunstancias han hecho que la sociedad lo repudie, lo que no siempre vence en el dilema interno del deportista sobre la licitud de los métodos para progresar en el rendimiento. Bastantes consideran propio de los nuevos tiempos la ayuda de los estimulantes, y sosiegan la conciencia justificando como generalizado el recurso a esos métodos. Que los riesgos para la salud no hagan disentir del dopaje encuentra justificación en que en la sociedad la jerarquía de valores de los jóvenes el dinero prima sobre la salud, y ésta no empieza a ser determinante para la conciencia sino cuando la carrera deportiva eclipsa con la madurez. La temeridad de los jóvenes influye en conseguir triunfos a toda costa, aunque sea acallando la conciencia o no queriéndose enterar de lo que determinados entornos deportivos tejen en torno a un atleta.
En muchas ocasiones el deportista se convierte en víctima de un entorno que le elige en virtud de sus posibilidades innatas y, bien sea por rendimientos económicos o por prestigios nacionales, se maneja a los jóvenes sin que éstos lleguen a ser realmente conscientes de lo que se extrema su naturaleza, o de los métodos que utilizan sus preparadores para lograr la mejora de los resultados. Esa confianza de los atletas en su entorno llega a ser, muchas veces, la clave de su éxito, pero también algunas les hacen víctimas de la trama de la trampa.
El juego limpio va mucho más allá de repudiar el dopaje y los trajines oscuros del vestuario, porque consiste en la determinación de la voluntad para respetar el esfuerzo que el competidor ha empeñado en su preparación. Jugar limpio es hacer prevalecer la norma competitiva sobre la tentación de transgredirla sin que se aprecie,  ello ha de hacerse por respeto al contrario, para que lo que se practica sea realmente deporte y no  enfrentamiento de gladiadores para saciar la pasión reprimida del espectador.
Son muchos los ejemplos que se podrían poner de la decadencia moral deportiva, como en el fútbol ayudarse de la mano para introducir el balón en la portería, golpear a propósito al contrario; en waterpolo, desnudar al contrario o hundirle en el agua; en vela, motos o automovilismo, retocar o cambiar los chasis, los cascos o los motores en contra del reglamento, espiar fraudulentamente la tecnología del contrario; en boxeo, recurrir a los golpes bajos; en atletismo, suplir la impotencia con codazos o desequilibrando al otro atleta; en baloncesto, el juego sucio bajo los aros; en tiro y esgrima, falsificar las armas; y así se podría seguir enunciando las muchas trampas que se practican en el deporte, que desprestigian al jugador cuando se le denuncia y a su conciencia cuando pasan inadvertidas.
El objetivo de ser el mejor es el mayor aliciente de un deportista, pero se comienza a dejar de ser tal cuando se recurre a la trampa. Y esto no  es sólo aplicable a los competidores directos, sino también a jueces, árbitros, delegados, miembros de federaciones y organismos internacionales, y en generala todo el que tiene alguna responsabilidad en que el deporte, ante todo, siga siendo deporte.