PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 40                                                                                            SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2008
página 7
 

OPTIMISMO SOCIAL


La perspectiva interior con que cada persona enfrenta la vida va a motivar sus obras de modo que las realice con un sentido más o menos positivo. Se suele referir esa valoración a un condicionante de energía que mueve tanto a la mente como a las potencias orgánicas a la acción, y por ello a veces se recurre a estimulantes que potencien la respuesta del sistema nervioso. Fuera de las respuestas momentáneas y puntuales que los estimulantes favorecen, la auténtica vitalidad se sigue del proceso intelectual que marca la personalidad más allá de las determinaciones de salud o ambiente. Es la consideración intelectual que se tiene de la vida la que conduce el ánimo a través de las vicisitudes que enfrenta cada individuo.
Al percibir la vida en su dimensión espacio temporal, el intelecto puede orientarse de dos formas contrarias según el protagonismo que se atribuya el propio sujeto: Una de ellas considera la vida personal como una dote que se recibe con la existencia y que progresivamente se va consumiendo, es la propia de quienes intelectualmente tienen asumido que la vida día a día se pierde, que se gasta a medida que se vive. La otra forma, por el propio poder creativo que intelectualmente reconoce, proyecta la propia existencia como un elemento ejecutivo de la constitución de la vida, advirtiendo ésta como una realidad dinámica que se realiza por el concurso de los seres vivos que la potencian. Estas dos formas de personalidad que se reconocen como optimista y pesimista viven una misma vida, pero la perciben de dos modos muy diferentes. Es clásica la diversa interpretación frente a una botella de licor mediada; para uno lo importante es que ya se ha consumido un cincuenta por ciento, mientras que para el optimista lo relevante es que aún queda media botella para disfrutar.
Si se profundiza dónde pueden enraizar estas dos posturas tan distintas, una respuesta se podría encontrar en la diferente perspectiva que se sigue de la consideración de la vida desde la percepción individual o social. Considerada la vida propia aislada de los demás, es evidente que la percepción intelectual en el mejor de los casos se puede recrear en la propia realización, pero si se contempla en sí misma, hasta la realización más satisfactoria adolece de tener los días contados. Incluso cuanto más autorrealizada se siente, más se duele de la finitud de ese bien. Por eso el pesimismo no es sólo consecuencia de la frustración personal de la vida vivida, sino también de la finitud del éxito.
Cuando la vida se contempla en su profunda dimensión social, o sea, que el destino de cada ser vivo está ligado al bien de la especie, la creatividad no sólo se orienta a la autorrealización en la vida, sino el perfeccionamiento de la misma como entorno trascendente para los demás. Se advierte que la dimensión espacio temporal no agota la propia existencia, porque la propia obra queda en la perfección legada a las sucesivas generaciones.
Este optimismo social entre los humanos se concreta en la solidaridad, por la que la vida propia nunca se pierde cuando se proyecta hacia los demás. Descubrir esta capacidad trascendente de lo propio es en sí uno de los mayores enriquecimientos de la personalidad, por la que se amplía el sentido de la vida en cuanto generador de vida: bien sea en las condiciones de los congéneres, o por la generación directa de nuevas vidas, o sea introduciendo mejoras en el sistema social que favorezcan indefinidamente a cuantas personas vengan después.
Desvincularse de los lazos sociales hacia el individualismo supone reconocer en el fin de cada persona el fin parcial de la humanidad, mientras que la solidaridad es la consecuencia intelectual de proyectarse en el fin común de la humanidad como una realidad sin límite temporal conocido.
En los grupos sociales en que domina la solidaridad, el optimismo trasciende desde las personas al colectivo y viceversa. Además de que refleja una nueva dimensión de realización persona, el servicio común amplifica el sentido de la utilidad y anima en la tarea de perseverar en el esfuerzo, prestandose uno a otro el aliento cuando la desmotivación podría inducir al pesimismo.