NOSOTROS Y ELLOS
Entre las personas humanas se aprecia que existen distinciones y enfrentamientos que segregan la sociedad en grupos en razón de intereses muy variados. Estas divisiones, que cuando alcanzan su punto álgido provocan las guerras, constituyen uno de los factores más deprimentes de la sociología humana, porque el enfrentamiento genera muerte, destrucción, deportaciones, odio, regresión... todos efectos negativos que contradicen uno de los principios de la filosofía social que argumenta cómo el hombre se vincula en sociedad para favorecer su progreso y su bienestar.
Es curiosa la paradoja de cómo la sociología mundial se debate en querer simultáneamente la política de la concertación internacional y la política de un enconado nacionalismo. Se anhelan los beneficios de la globalización, pero aumenta la prevención personal a que los mismos distorsionen la propia identidad. Se predican las libertades como el gran progreso de los nuevos tiempos, y al mismo tiempo se procura que toda la sociedad se rija según los modelos tradicionales de cada civilización. Se convive en sociedades cada vez más informadas, pero ello, en parte, favorece la inestabilidad emocional de no comprender cuál de las distintas vertientes sociológicas sea la que más se ajusta a la realización personal.
Un primer paso para el análisis de esa realidad social estaría en verificar si la causa de la división radica en la conducta de la persona singular, o si se puede considerar como una determinación propia de la agrupación. Esa prospección interesa a la filosofía social para justificar en lo posible si está en la naturaleza del hombre hacer violenta la sociedad, o si, por el contrario, es la sociedad la que favorece la generación de la violencia.
Quizá la referencia primera para la agrupación de los seres humanos, como en muchas otras especies, está en la relación que la procreación establece, por la que se constituyen familias que muestran cómo unos atienden las necesidades de los otros, lo que constituye un bien común. Un segundo paso se aprecia en la especialización de las tareas del trabajo, por las que se fomenta aún más el bien común. Desde esa perspectiva se podría afirmar que la naturaleza del hombre es ser social, entendiéndose como que en la constitución de la comunidad se encuentra una mejor realización del bien particular. Se puede objetar a esta sencilla argumentación que en la comunidad más simple, la apreja o la familia, también se engendra violencia, porque aparecen ya conflictos de interés. Pero conviene distinguir si estos conflictos se siguen de que el interés es generado por la dinámica de grupo o a la primaria forma del carácter humano, ya que si fuera así no sería lógica la tendencia generalizada a formar comunidad.
Una vez establecida una comunidad, por la agrupación de familias o vecindad, es cuando realmente se puede admitir la dimensión sociológica. El fin propio de la misma está en realizar el bien común, que no es otro que el que potencia el bien particular de cada uno de sus miembros. En la medida que se realiza esa proyección del bien común sobre el particular, se constituye la justicia que protege el interés propiciado por la dinámica comunitaria.
Cuando la comunidad crece, se producen dos efectos contradictorios. 1º. Un incremento del bien común que se genera por el mayor ensanchamiento del grupo, que crea una base más amplia para el desarrollo de la ciencia y de la técnica. 2º. El que proporcionalmente a como crece la comunidad se pierden las referencias del beneficio comunitario para el propio interés, y se considera éste como producto genuino de la acción individual en el marco colectivo. En tanto que los bienes logrados por la sociedad son mayores, más se fomenta el interés particular por lo que se tiene y se complica la aplicación del derecho entre la porción de bien que corresponde a la aportación personal y el que es fruto del sistema comunitario.
La forma particular de entender ese derecho que protege los intereses propios se constituye como un bien primordial, para el que el individuo va a buscar apoyos formando un grupo dentro de la comunidad, que ya no estará inspirado en las necesidades naturales de asociación, sino en afinidad de intereses. Siendo éstos los que ocultan la esencia más profunda de la sociedad.
La proliferación de grupos de intereses dentro de la sociedad va a hacer que entre ellos se produzcan enfrentamientos de poder que tienen por objeto influir sobre el modo de gobierno de la sociedad, a fin de que ésta sea afín a los planteamientos que a cada grupo interesa. Las razones que pueden aglutinar a un grupo pueden ser económicas, étnicas, religiosas, de tradición o casta, profesionales, etc. Corresponden todas ellas a modos de interpretar la vida que se consideran esenciales o modélicas para conformar la sociedad. Cada grupo toma conciencia colectiva de pensamiento social y marca la diferencia con los demás con la prevención sicológica que distingue el nosotros y ellos.
La tendencia al dominio del propio grupo se fundamenta en la seguridad que los individuos reciben del colectivo. La debilidad de la sicología humana, que se manifiesta en la prevención de la conciencia para afrontar en solitario las dificultades de la cotidiana supervivencia, le lleva a buscar refugio en la sociedad. El amparo en la misma va a constituir la fortaleza para afianzar su seguridad mental, de modo que cada vez más el hombre confía en la sociedad como su mayor defensa. La integración en sociedad contribuye tanto a su seguridad, que fuera de ella el hombre es tanto más débil como para buscar la integración y no la marginación o la disgregación que se sigue de la violencia. Pero cuando el hombre siente la fuerza del grupo, su posición mental se encuentra suficientemente reforzada como para concebir que con la violencia no se destruye la sociedad, sino que se refuerza y perfecciona en la medida que la forma ideal del propio grupo se consolida e impone. En el nosotros o ellos, se comunica desde el colectivo al individuo una razón de exclusión que primigeniamente en la persona no existía.
Que es el grupo quien dicta las normas de exclusión social que constituyen el germen de la violencia sociológica se aprecia en que, si se varían las coordenadas culturales, una misma persona responde con nuevos criterios de interpretación sociológica en función de los nuevos parámetros que le son afines. Basta muchas veces convivir con gentes de otros grupos para que desaparezcan todos los prejuicios que mediatizaban una conciencia en contra de los otros.
Una gran carga de la violencia se fomenta desde las estructuras idealistas de los grupos sociales como medio de dominio, ejerciéndose como forma de sostén de los propios intereses, pero teniendo en cuenta que mucho de ese esfuerzo se ha de emplear en enaltecer una violencia que en las personas pacíficas sólo se enardece manipulando la genuina conciencia social.