BAJARSE DEL PODIO
Desde siempre, el juicio que cada persona hace de la sociedad se encuentra mediatizado por la propia interpretación mental de lo que deberían ser las relaciones sociales, y por ello la subjetividad ha tenido una gran relevancia en al configuración de la historia, tanto en aspectos positivos como negativos, por la capitalización de criterios personales que han dirigido importantes acontecimientos. Hasta cuánto cada una de esas intervenciones históricas responde a la propia personalidad individual y lo que en las mismas haya de síntesis común no es siempre fácil de justificar, pero queda el recurso de considerar cómo son los comportamientos contemporáneos, para comparando actitudes comprender más de la sicología de nuestros antecesores.
Una peculiaridad del conocer humano está en la razón, por la que se juzga lo conveniente y lo incorrecto, y la razón funciona sobre criterios más o menos consolidados por la experiencia de lo bueno y lo menos bueno para el interés personal y, por extensión, para el colectivo próximo y la humanidad. Como la razón sigue siempre a un juicio particular, cada persona considera lo bueno de un modo subjetivo, y aunque para ella ese juicio es inapelable, su reconocimiento social marca en mucho la reafirmación sicológica que influye también en la seguridad emocional. Aunque tener la razón debería sustentarse en más medida en la contemplación de los juicios ajenos, porque cabe admitir una común facultad para conocer el bien, se da que lo que más reconforta es la originalidad del propio pensamiento, tanto más en cuanto en contraste con los juicios ajenos se supone superior. Así, en la medida en que la razón propia se impone en el entorno, más se crece la autoestima sicológica.
Cuando se ha producido un reconocimiento sustancial de las propias ideas, la personalidad se siente como ascendida en el podio de honor intelectual, lo que generalmente produce un desprendimiento de las razones ajenas, salvo en lo que las mismas muestren convergencia a la propia razón. Ser elevado de ese modo supone una autoridad moral que se instala en la sicología personal y que suele condicionar la personalidad para el futuro, aun cuando la buena razón debería detectar lo difícil que es permanecer en el reconocimiento general, y lo lógico de ser desplazado por quienes superan esa posición.
La transitoriedad de la admiración o reconocimiento social que ayudan a subir al podio de una materia radica en que precisamente al estar encumbrado las propias razones o ideas son sometidas a mayor rigor crítico, y pronto afloran la contestación y la contraargumentación que hacen mermar los apoyos sociales. Es el momento crucial para el intelectual, porque los más de los que se encuentran sobre el podio rehusan la consideración de su razón y se aferran a validar la posición lograda como su mayor argumentación. Así, poco a poco se puede construir una burbuja sicológica en la que la referencia social queda relegada y el contraste de la razón despreciado.
Esta exigencia de bajarse del podio es lo que peor llevan una parte muy importante de políticos, científicos, empresarios, deportistas... pero también una gran parte de la gente común, cuya avidez para subir no tiene parangón con la rémora para descender, incluso cuando en una gran mayoría de casos no hubo objetivamente motivos para el reconocimiento social, sino una acertada gestión de su subjetiva personalidad.
Los mejores intelectuales son los que se resisten a ascender, porque conocen la debilidad y subjetividad de la más excelsa razón, y por ello están dispuestos a ceder esa posición a quienes les proporcionan razones en las que aprender.