PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 41                                                                                            NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2008
página 8
 

CRISIS DE SOLIDARIDAD


Parece que son los ciclos económicos los que determinan el grado de solidaridad de las personas y no sus convencimientos profundos, ya que en tiempos de bonanza la apuesta por el interés hacia los más desfavorecidos ocupa un lugar mas preferente en los proyectos políticos y en la acción social. Se habla entonces del papel decisivo de las economías emergentes, del influjo positivo de la mano de obra inmigrante en el PIB de los países desarrollados y de la conveniencia de la integración de los países en vías de desarrollo a las acciones globales por la conservación de la naturaleza y la prevención del cambio climático. Cuando el ciclo económico se torna desfavorable, parece que con ello desaparezcan las desigualdades del mundo -lo que es absolutamente irreal- porque se desvanecen las referencias a la solidaridad en los discursos políticos y sociales.
Para quien sea algo sensible a las necesidades ajenas le es evidente que en tiempos de crisis económica el infortunio se ceba sobre las economías más débiles, dado que carecen de reservas para afrontar un periodo transitorio de carestía. Lo que para otras clases sociales las dificultades económicas suponen un apretarse el cinturón y prescindir de una parte pequeña de su bienestar, para los pueblos en vías de desarrollo y los grupos marginados de las naciones del primer mundo suponen una lucha por la supervivencia, en cuyo combate son muchos quienes no vencen la lucha con las enfermedades y el hambre.
Una gran parte de la población de la sociedad del bienestar se siente incluso molesta de que se le recuerde el valor de la solidaridad en circunstancias económicas adversas, pues acostumbrados a compartir, en todo caso, lo que les es superfluo, cuando la apreciación subjetiva detecta que la crisis recorta el consumo, se sienten indignados que además se les pida colaboración para con los demás. Nadie se siente responsable de la causa de los vaivenes económicos, ni los que consumen sin moderación, ni los que especulan con las actividades mercantiles, ni los que confían sus ahorros a sociedades opacas, ni los que burlan las tasas de impuestos, ni los que sustentan la ineficacia laboral o la burocracia administrativa, ni quienes ejercen una presión sindical sectorial insolidaria, etc. Nadie asume su responsabilidad en los errores económicos globales de la sociedad, pero lo cierto es que esos ciclos económicos sobre todo hacen más pobres a los más pobres.
El análisis de la crisis de solidaridad no se reduce a lamentar las evidencias que dejan patente las crisis económicas, sino algo mucho más trascendente, y es si no será precisamente la falta de solidaridad la que genera la inestabilidad social que produce los vaivenes económicos, como parte intrínseca de debilidad estructural.
Desde que el siglo XX ha apostado por una economía capitalista, cuya relevancia de poder crece progresivamente, es lógico que la solidez del sistema guarde relación con el eficaz asentamiento de la misma sobre la sociedad, lo que parece que se proyecta en la consolidación de las clases medias, de cuyo compromiso entre trabajo, consumo y ahorro de penden, mucho más de lo que parece, la macroeconomía que da estabilidad al sistema. Pero haber logrado la consolidación de las clases medias ha sido en gran parte fruto del esfuerzo solidario de los planes sociales de los Estados: de la inversión solidaria en educación y formación profesional, de la estabilidad de los proyectos de seguridad social, de una implantación social de infraestructuras. La multiplicación exponencial de la clase media en los países más desarrollados ha ido paralela a las políticas de solidaridad más o menos logradas, cuya relajación hace tanto crecer descontroladamente una economía ficticia fundamentalmente asentada en el enriquecimiento especulativo, como hundir las perspectivas económicas globales cuando se descubre el espejuelo de una economía sin soporte real.
Para la economía del siglo XXI, en el que la globalización está exigiendo un nuevo diseño de los modos operativos, no está de más apelar a que la solidaridad económica entre los pueblos para que la base económica se consolide en todas las regiones del mundo favoreciendo la educación, la seguridad social, la inversión en bienes de equipo, la mecanización de la agricultura, etc. En un mundo global en el que las distancias se acortan, el desarrollo tecnológico se asienta, en mucho más de lo que se cree, en la amplitud de la base científica y técnica capaz de producir. Cuánto más y más pronto se invierta en el desarrollo de la población mundial, mediante la solidaridad económica de los pueblos más desarrollados, más asentado se encontrará el sistema económico global por la amplitud de la base de trabajo que genera mucha más riqueza y mucha más tecnología. El comercio y el intercambio cultural ha constituido el fundamento del progreso. Hoy en día existen medios para intercambiar información con tal inmediatez y tal efectividad que hace que el esfuerzo de investigación pudiera ser multiplicado en función de que otros muchos pueblos participaran, pues nadie posee la exclusividad de la sabiduría y cuántos más sean los que están en disposición de aportar su capacidad intelectual crecerá la posibilidad de asentar la estabilidad de la riqueza mundial.
Contra quienes piensan que la emergencia de la competitividad global pudiera reducir su disponibilidad económica actual, hay que alegar cómo el progreso en el bienestar se generaliza cuanta mayor es la actividad económica efectiva, la del trabajo, y no sólo la de la inversión especulativa, como puede apreciarse en el escaso progreso que proporcionó el colonialismo imperial frente al esfuerzo autónomo de colonización de las migraciones en busca del trabajo que les aportara mayor estabilidad.
Para que la solidaridad sea realmente eficaz para cooperar a la estabilidad económica y el crecimiento sostenido mundial lo que precisa es que esté asumida como una responsabilidad global de todos los pueblos y no como algo que fluctúa en los planteamientos de las instituciones internacionales según el interés que ello pueda repercutir sobre las economías más poderosas.