PASIÓN DE SER
La oposición entre la ontología y el existencialismo se sigue de que el primero contempla como realidad intrínseca de cada cosa su propio modo de ser, que la hace obrar de acuerdo a una naturaleza precisa y concreta; mientras que el existencialismo sitúa cada cosa en dependencia de un orden global que determina el obrar de cada ser. A favor del existencialismo se sitúan todas las teorías positivistas sobre la evolución de la materia, que vinculan relaciones de origen y dependencia entre todos los seres, de modo que las distintas cosas lo son como formas accidentales de un todo, pudiendo en cada momento histórico ser redefinidas como una realidad individual determinada por una realidad global, A favor de la ontología se manifiesta la percepción de liberalidad por el que cada cosa sigue su modo de ser en relación a su entorno, aunque individualmente formalizada respecto al mismo. Para el existencialismo la realidad sería un cosmos atomizado en una infinitud de determinaciones. Para la ontología el cosmos sería un conjunto de infinitos seres.
Si el mundo no pudiera ser pensado, no habrían surgido estas dos formas de interpretar la realidad que únicamente se percibe, pues no hay tantas verdades según puedan ser pensadas, sino distintas adecuaciones del conocimiento a la misma realidad. Es muy probable entonces que esa dicotomía provenga de los procesos perceptivos, que seleccionan de la sola realidad imputaciones diferenciadas según la disposición mental para conocer. Se conoce una misma cosa, pero se conoce de ella lo que trasciende de distinto modo.
Cuando lo que se contempla desde el conocimiento humano es su propia realidad, la percepción puede ser muy distinta según que la mentalidad esté informada desde una u otra concepción de la libertad. Existen al menos dos formas mentales que identifican el concepto de libertad des ser intelectual: una corresponde a la conciencia de actuar según y cómo las determinaciones circundantes lo propician; y la otra, que se obra según el fin propio subjetivo que ordena el entorno. La primera podría ser identificada como una libertad pasiva, y la segunda como una libertad activa. Tanto una como la otra están presentes en lamente humana, porque nadie puede escapar a percibir cómo le determina la realidad externa a sí mismo, y nadie puede ignorar cómo, al menos alguna vez, se experimenta el sentido creativo por el que sobre los influjos externos se obra en conciencia modificando la respuesta esperada.
Esta doble perspectiva de experiencia de la libertad influye en la concepción mental que cada ser humano va elaborando sobre su propio ser, y en cuánto se conoce determinado y en cuánto determinante. Ello influirá en mucho en la formación de la propia personalidad, que está más vinculada al concepto que se tiene de sí que al concepto que se tiene sobre los demás, ya que cómo uno se conoce a sí mismo es cómo mayormente se interpreta la inaccesible percepción íntima de los demás.
Cuando el juicio propio se inclina hacia una interpretación de la propia realidad fundamentada más en el ser que en el existir, se concede prioridad a la inclinación creativa o determinante sobre la determinativa, de modo que sea el propio modo de ser quien diseña o imponga sus propias formas, modificando progresivamente el entorno material. la verificación d esa aplicación reforzará o relajará la percepción propia del ser como sujeto activo, pues la experiencia de ser se sigue de la realización efectiva de un modo de ser determinado. Ya que se la actividad del ser no alcanza su influjo externo, la tendencia a ala dependencia existencial se refuerza.
Cuando se produce una pasión interior por ser, se multiplica la tensión creativa, pues todo el sujeto se siente animado a ejercer su modo más propio de ser proyectándolo hacia el entorno para que siendo reconocido y considerado haga valer sus formas. Esta actividad del ser contrasta con la pasividad que trasciende del existencialismo, cuyo programa de vida no confía al individuo variar su realidad, sino sólo ésta muda por el devenir de los acontecimientos globales, por lo que el margen de maniobra individual es escaso, debiendo sumarse cada individuo a la dinámica de los acontecimientos como una imposición del mundo exterior, que es el que marca los márgenes de la libertad individual.
La pasión pro ser, que induce a la persona a llenarse de empeño confiando en su realización personal, debe ser moderada en función de que aunque cada individuo pueda exigirse a sí cuanto apetezca, en su trascendencia social debe llegar a conjugar su ser con los demás, pues la sociedad no sería sino la confluencia activa de muchos seres creativos, y así nadie puede sentirse autorizado a constituirse determinante para los demás mientras reclama su libre determinación. Ese equilibrio de la personalidad forma parte también de la forma de ser de un ser por naturaleza sociable.