TERAPIAS CONTRARIAS
La complicada vida de la pareja tiene una de sus causas en que ambos no acaban nunca de conocer las peculiaridades propias del carácter de cada sexo. Esa diversidad de ser, que es lo que reconocemos como personalidad, está marcada, además de por otros muchos condicionantes, por el género, marca que hace que hombre y mujer presenten diferencias que nunca llegan a ser plenamente comprendidas por el otro miembro de la pareja.
Cuando en una pareja se acrecientan las incomprensiones, se hace preciso mejorar la comunicación, pero ello no es ninguna garantía de que se vaya a mejorar el trato, porque muchas veces las incomprensiones se siguen de la incapacidad de una parte para entender determinadas maneras del otro comportamiento, por más que a veces se haya puesto la mejor intención al analizarlas. Esto no debería representar un problema mayor cuando se aceptan la diferentes especificaciones de cada personalidad, debiéndose disponer cuando fuera necesario de un recurso de ayuda externo que pueda facilitar la comprensión de las divergencias.
Se han divulgado algunos métodos de terapia colectivos para parejas con dificultad en la relación, pero la mayoría de las personas opta por confiarse al consejo de algún conocido, porque uno de los grandes problemas es que la perspectiva de la causas de las incomprensiones son apreciadas de forma muy distinta por cada uno de los miembros de la pareja, y por lo tanto converger hacia un sistema de terapia de relación muchas veces supone un nuevo conflicto. Dado que es así, que suele confiarse cada miembro al consejo de amigos y familiares, es por lo que esa forma de terapia doméstica debería establecerse aceptando un confidente del sexo contrario, ya que es quien posiblemente pueda comprender con más facilidad la caracterización del mismo.
Desde siempre lo habitual ha sido que hombre y mujer busquen consejo para sus problemas de pareja en amigos íntimos, regularmente del propio sexo, porque creen que son los más indicados, pero aunque eso sea así es muy posible que no sea la elección más adecuada para comprender las actitudes de la otra persona de la pareja, que es principalmente lo más relevante. Cuando se acude al amigo de toda la vida muy posiblemente el subconsciente está jugando una mala pasada, porque se acude más a recibir consuelo o reafirmación de los criterios propios que a realmente ampliar la percepción mental para mejorar las dificultades de la convivencia. Además, al amigo de toda la vida nos une una simpatía de concebir las cosas por la que quizá el análisis de las situaciones pudieran parecerse demasiado, que es lo que menos de nueva luz puede arrojarse al entendimiento.
Acudir a una persona del sexo contrario debería ser lo más práctico, porque muy posiblemente pueda añadir su sentimiento de género a la experiencia de vida. Una buena persona del sexo contrario lo que puede es iluminar los problemas considerando la forma de ser propia del género, de modo que se matice qué de los comportamientos de la otra persona de la pareja es capricho; qué, cabezonería; qué, sentimiento propio de género; qué, bagaje cultura; etc. Eso que el amigo del igual sexo tiene más difícil de alcanzar, salvo que sea un especialista profesional.
El cruce de género, en lo que se puede considerar una terapia personal, es conveniente incluso cuando se acude a otros miembros de la misma familia, y lo es porque el objeto último en la pareja no es la autoafirmación en criterios de razón, sino en razonar todo lo posible para avanzar en la siempre dificultosa tarea de comprender a una persona ajena por muy próxima que nos sea.