PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 43                                                                                            MARZO  - ABRIL  2009
página 8
 

SEGUNDAS PARTES


La sociología política muestra cómo algunas secuencias de poder las consideran los ciudadanos como proclives al desengaño, porque no reproducen las expectativas que en ellas se habían depositado. Esto se da con demasiada frecuencia cuando los presidentes de los gobiernos repiten mandato, lo que no obsta para que reciban el apoyo ciudadano que propicia esa situación.
Desde la filosofía política conviene analizar las causas que motivan esa distorsión que supone que un mismo gobernante sea valorado positivamente en un primer mandato, y luego, en el segundo, cuando se le supone más experiencia, su aceptación mengüe de forma radical. ¿Es sólo que los ciudadanos se cansan de ver el mismo rostro y oír las mismas ideas, o es que la situación hace proclive al gobernante a estropear su trayectoria política? Para la primera cuestión, que afecta a la personalidad ciudadana, la respuesta hay que averiguarla por métodos sociológicos; pero, para la segunda valen algunas reflexiones de la certera aproximación de los comportamientos del gobernante, sobre lo que la filosofía social especula de cómo debiera ser su forma de hacer.
El primer aspecto que puede considerarse es el que entre un primer y sucesivos mandatos suele producirse una mengua del talante dialogante de los presidentes democráticos. Cuando se accede al poder quizá aún prima el compromiso electoral de diálogo que sustenta realmente la ideología democrática, intentando gobernar con el consenso de los más de los ciudadanos; pasados los años, se instala un cierta intransigencia ideológica, por la cual lo que se pretende es que sean los ciudadanos quienes se avengan a las formas de gobierno que quien preside llega a creer incuestionables e irrefutables. Ese alejamiento de la sociedad parece ser un hecho constatable en quienes se creen referencia única del poder conforme lo ejercitan con los años.
Es muy posible que ese cambio de mentalidad que opera el poder se deba en parte a una pasión que condiciona el correcto ejercicio de la inteligencia, por la cual se pierde la referencia de la realidad externa tal cómo es por una idealización de que es el proyecto político personal el que verdaderamente está transformando esa realidad en el único sentido que se admite percibir.
Es cuando se desecha toda crítica, incluso aquella que antes se asumía, y surge la intolerancia que conduce a ignorar lo que no concuerda con la línea de gobierno adoptada. Cuando más que nunca es necesario escuchar la impresión ciudadana a las realizaciones de la acción de gobierno es cuando los presidentes más se obstinan en desatender la crítica, quizá influenciados por considerar que una segunda reelección ha supuesto un refrendo absoluto a su modo de gobernar, cuando muchas veces no se debe sino a la inconsistencia de los otros candidatos.
Algo muy característico de esas segundas legislaturas es la constitución de un gobierno dócil, cuya sintonía con el presidente no se debe a la consistencia de unidad de acción, sino a que se eligen personas menos capaces políticamente con tal que sean fieles transmisores del pensamiento presidencial. La responsabilidad en la primera elección movió al presidente a rodearse de la gente más capaz, superiores a él en cada sector particular de la política, para disponer del mejor asesoramiento en cada circunstancia; acaecida la reelección, se tiende a sustituir a aquellas personas políticamente valiosas por ministros y asesores fiables, más que por su inteligencia política por su fidelidad intelectual. De este modo se ahuyenta la tan necesaria autocrítica interna del gobierno por el aplauso permanente al proceder del presidente, lo que debilita precipitadamente la gestión gubernamental.
El proceso de crisis en la valoración del presidente se sigue paralelamente a la pérdida de confianza democrática por parte del mismo; pues cuanto más se considera el propio yo menos se atiende a la ciudadanía, lo que asemeja progresivamente el gobierno democrático a un sistema autoritario, cuya merma de libertad produce en el ciudadano la caída de confianza de sentirse realmente representado y no instrumentalizado.