DROGAS, SUCEDÁNEOS DEL ESPÍRITU
La historia del consumo de drogas y estimulantes para animar la vida personal es larga y amplia; hoy se refleja afectando a millones de consumidores. Unos entregando plenamente su voluntad a algo que les proporciona una realidad positiva ficticia, a través de las llamadas drogas duras. Otros, requiriendo sustancias que les ayuden a sobrellevar sus propias contradicciones, recurriendo a los apoyos de las drogas menos neutralizantes. Se busca auxilio en sustancias externas en gran parte porque no se tiene bien conocido el poder íntimo de la propia persona para superar las dificultades inherentes a la vida humana.
Es importante, antes de abordar las contradicciones entre las drogas y el espíritu, acotar qué se puede efectivamente entender por droga en cuanto estimulante mental, ya que también muchas sustancias atraen, pero no por el efecto cautivador sobre la mente, sino por la satisfacción sensible de su consumo. Por ejemplo, al consumo de alcohol se puede crear adicción no porque se busque un influjo estimulante, sino por la satisfacción sensible que reporta su consumo. Se gustan algunas drogas porque sus sabores, sus olores, su tacto satisfacen, y enganchan pues se desea aquello que produce satisfacción. Sólo indirectamente la persona se hace consciente de que ese placer que le atrae va ocupando una prioridad en la mente, y que paulatinamente se va adueñando de su voluntad creando una dependencia que exige el consumo, no como placer en sí mismo, sino una necesidad de la sensibilidad cuya carencia desestabiliza la armonía mental.
La mente humana se comporta para el hombre como un órgano de conocimiento que evalúa lo mejor para la vida, y ese saber propio se construye en función de todas las ideas generadas por la experiencia sensible e intelectual. Cada satisfacción y disgusto, cada éxito y fracaso, la experiencia de cada relación, la cultura aprendida... tienen un influjo decisivo sobre la mente; pero también la herencia genética, la alimentación y el oxigenamiento contribuyen a que la actividad mental sea la que es. Todo ello colabora a que cada persona construya un concepto de la vida y de sí mismo como unidad existencial, concepto que puede presentar tantas contradicciones como las incoherencias que apreciara una inteligencia externa.
El juicio que de sí mismo hace una persona se corresponde a la actividad de un espíritu creativo, que no sólo contempla su propia realidad, sino que también considera los recursos posibles para superar sus íntimas contradicciones. La intuición creativa en la persona humana es tan trascendente como la actividad mental, constituida por las ideas y juicios construidos por la percepción sensible, y es determinante para la aplicación que la mente debe ejecutar de sí misma para complacerse en la realidad que le ha tocado vivir. Reordenar el conocimiento mental estructurando una jerarquía de valores que justifique el sentido de la vida es lo que aporta la intuición espiritual, cuya intensidad decisiva se ve influída tanto por la calidad de la intuición como del esfuerzo intelectual para aplicarla a la ordenación mental. Eso es lo propio de la actividad introspectiva de la persona humana, por la que conoce y reordena su condición mental.
Recurrir a las drogas como sucedáneo del esfuerzo de reconducir la propia vida es un recurso habitual para quien no está satisfecho con lo que es, a causa de la decepción moral, porque no considera sus objetivos realizados o por insatisfacción de no alcanzar las expectativas anheladas; cuando ello es así, se recurre a estímulos de sustancias externas que modificando la actividad cerebral consigan alterar la lógica actividad mental, de modo que el imaginario se impone como realidad mientras perdura el estímulo que lo sostiene; pero muy engañosamente la realidad mental no varía en ese proceso y, por tanto, las contradicciones existentes en el orden mental permanecen. Las drogas no cambian de la mente lo que sólo el intelecto puede mejorar. Como las drogas actúan es alterando el fantasma de la imaginación, por el que durante su efecto la realidad mental se percibe distinta; pero, cuando el efecto del estímulo cede, se hace más cruda la realidad existencial al apreciarse la mente burlada.
Lo que la mente precisa y muchas personas no logran hallar son medios para la relajación que faciliten la labor intuitiva intelectual del espíritu. Esa primera intención la buscan muchas personas en las drogas blandas, confundiendo esa evasión que les provoca con una relajación mental, pero su efecto es absolutamente distinto, pues corresponden a sustancias estimulantes de la actividad neurotrasmisora. Las adormideras no relajan sino actúan incontroladamente sobre el ordenamiento cerebral de la mente. Las verdaderas sustancias relajantes del sistema nervioso y del sistema muscular sí pueden favorecer la auténtica introspección mental, cuando permiten mejorar recursos orgánicos para que la mente se disponga mejor a considerar el vivir de cada día.
Es muy posible que no existan intuiciones espirituales para resolver todos los propios problemas, pero una inteligencia humana bien empleada se aplica en informar a los recursos mentales de las reales posibilidades del ser, de modo que, sin falsos idealismos, nadie pretenda lo que por naturaleza no le es dado.