PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 44                                                                                            MAYO  - JUNIO  2009
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EL TANTEO DE LA VIDA

 
Uno de los grandes secretos de una personalidad madura está en conocer cuánto sabe y cuánto le queda por aprender. En la proporción que aumenta la percepción de lo mucho que queda por aprender, se puede considerar la madurez de esa personalidad; en la proporción en que se cree sabida, inversamente representa la fase de desarrollo en que se encuentra. La causa de ello radica en que la progresiva percepción de lo que aún  se desconoce sólo se alcanza progresivamente en razón de lo que se conoce, y por ello el que más conoce sabe cuanto aún le queda por aprender; cuando existe una restricción del conocimiento, la perspectiva de domino intelectual se reduce, haciendo valorar equívocamente que el simple saber es la común sabiduría de los mortales.
Esas diferentes categorías intelectuales de la personalidad no sólo distinguen una personas de otras, sino que esencialmente afectan a cada persona en el transcurso de su vida, de modo que el proceso de madurez de la personalidad es un itinerario lineal, presentando altibajos en su progreso, pero siguiendo generalmente una pauta de maduración por el que se pasa de las etapas de juventud, en las que el optimismo semeja una seguridad en el dominio de la realidad, a los tiempos en que de mayor un cierto relativismo informa la conclusión de cuanto se ha aprendido en la vida, cuando el saber se considera limitado al solamente conocer una parte de la ciencia del universo y de la vida.
Muy posiblemente esto es así porque el procedimiento de informar la mente es por tanteo, o sea, que de las percepciones se obtienen computaciones cuya consolidación de verdad se sigue de la verificación de la experiencia; por tanto, progresivamente a como pasan los años, la experiencia reafirma la consolidación de los conocimientos, pero también los matiza permanentemente ya que, según la razón que juzga todas las experiencias, advierte la perfectividad de todo lo conocido.
De joven se dan por ciertas las conclusiones intelectuales de cada experiencia, como una realidad incontestable. Se identifica esa fase de maduración con el idealismo, por el que el reducido saber de una corta experiencia genera pocos pero inalterables principios, que se aceptan como incuestionables, ya que aún no se tienen asumido cómo las experiencias a veces se contradicen perfeccionando paulatinamente la consistencia de las ideas.
Saber que ese tanteo a la vida, del que se sacan consecuencias de cada experiencia, se genera linealmente conforma pasan los años es por lo que se considera la etapa de la madurez la que se sigue de un importante número de años de vida, que hayan permitido tener tantas experiencias que permitan a la razón presentar una evaluación que, aunque a veces por las íntimas contradicciones genere duda en la consistencia del saber, ofrece, no obstante, una visión enriquecida de la realidad. Con cierta frecuencia se suele marcar la década de los cuarenta como la etapa de una madurez consolidada, pues en ese periodo normalmente se han tenido experiencias amplias de trabajo, relaciones sociales, identidad síquica, salud, matrimonio, paternidad... También se ha logrado una primera perspectiva de las consecuencias de los aciertos y errores cometidos en la etapa de vida transcurrida, cuyas consecuencias se pueden valorar ya con una cierta objetividad.
Como la vida continúa haciendo que la madurez progrese, muy posiblemente, superada la década de los cuarenta, cuando los intereses condicionan menos la interpretación de las propias ideas es cuando se alcanza un conocimiento de la vida más objetivo, siempre que el juicio crítico ejerza en la persona la función que debe desempeñar. Se entiende por qué en tantas civilizaciones se ha considerado especialmente la sabiduría patrimonio de los mayores.
Para que se logre esa madurez intelectual con el paso de los años es necesario que exista la libertad de espíritu que enjuicia objetivamente cada experiencia. El dominio de la subjetividad sobre la mente de la persona representa la interpretación interesada de cada experiencia, de modo que la realidad no se percibe como es, sino como a cada uno le gustaría que fuera. Esto se produce cuando la razón se encuentra sometida a la voluntad, y la actividad mental sigue un proceso implícito restrictivo del conocimiento, de modo que todo se conceptúa conforme a la premeditación de la voluntad. Esta especie de fanatismo intelectual es una de las causas más habituales de la inadecuación intelectual, y hace que durante toda la existencia se viva dominado por las conclusiones de algunos tanteos, cuya experimentación cautivan la voluntad determinándola subjetivamente a repudiar nuevos influjos que puedan remover un ideario obsesivo.