RESPONSABILIDAD FAMILIAR
El ser humano se caracteriza por estar dotado de una estructura intelectual que le capacita para realizar proyectos sobre el devenir de su vida. Aunque como todos los seres vivos se encuentre limitado en la disposición de su vida por la ley de la evolución que le restringe en el tiempo la existencia, mientras viva, puede diseñarla y planificarla eligiendo el entorno que considera más adecuado para su ser. Entre esas opciones una de las más pertinentes es la que afecta a la constitución de una familia y cuidar y educar a una prole. Pero, precisamente por la importancia que tiene, supone un compromiso que, desde la libertad para proyectarlo, exige la responsabilidad para conducirlo a buen fin.
En muchas culturas y sociedades la constitución de la familia se considera prácticamente como una obligación social, y de esta manera las personas desde muy jóvenes son educadas para aceptar el matrimonio como una determinación impuesta por la naturaleza, más que como un acto libre y responsable del proyecto personal de vida. No obstante, conforme en la sociedad toma más sentido el valor de la libertad, se produce la doble repercusión de que se quiere aceptar el matrimonio y la familia como un proyecto voluntario y asumir premeditadamente la responsabilidad que se contrae con la generación de los hijos. Pero en contra de lo que cabría esperar, para muchos, la estabilidad de la familia como proyecto unitario es cada vez más débil, lo que perturba el desarrollo de la sociedad cuando, por más racional, debería ser más consistente.
Esta paradoja hay que analizarla, más que en el contexto sociológico en el que se enmarcan las relaciones familiares con el exterior, en la personalidad individual de los seres humanos, para aproximándose a sus estructuras mentales descifrar dónde la libertad informa a la responsabilidad y hasta cuánto la responsabilidad limita la libertad.
La libertad se identifica plenamente con la voluntad que mueve a obrar de un modo determinado, asumiendo las consecuencias de esos actos en función del conocimiento posible que se tiene de la trascencencia de los mismos. A mayor y mejor conocimiento de lo que trasciende de obrar de una determinada manera, mejor dotada se encuentra una persona para identificar la responsabildad de la liberalidad del acto. Esto para el proyecto de constitución de una familia es fundamental, pues la responsabilidad perdura mucho en le tiempo y por ello compromete tanto la libertad humana que ese compromiso debe ser parte fundamental de la deliberación a obrar libremente de ese modo. Desde la puesta en obra de esa decisión, la libertad personal estará marcada por la responsabilidad de llevar a buen fin el compromiso adquirido.
El problema más complejo de la responsabilidad familiar radica en la confluencia de libertades de varios individuos sobre un mismo proyecto, de modo que lo que cada uno con gran esfuerzo había asumido como compromiso de libertad se complica con que ese ejercicio debe ser consensuado con otras personas, de modo que incluso el proyecto personal originariamente aceptado debe actualizarse no sólo por las circunstancias materiales, sino también por los modos de ser peculiares de las personas que constituyen la familia.
Al exigir la familia una convivencia prolongada en el tiempo, se produce otro efecto que afecta profundamente a las vinculaciones entre la libertad y la responsabilidad, y ella es la mutación de los afectos que se produce en los miembros de la familia, pues no son iguales en las distintas etapas de la vida de pareja, con bebés, en la difícil etapa de la adolescencia de los hijos, etc.
Todas estas exigencias de la responsabilidad son las que deben residir de algún modo premeditado en el acto libre de proyectar una familia, por lo que no es vana la intención personal de valorar exigentemente la adecuación de la otra persona de la pareja para facilitar la asunción en común de todas esas responsabilidades. Ponderar la valía personal para la convivencia más allá de la atracción sentimental forma parte de esa libertad para aguardar lo debido de las relaciones sentimentales, sabiendo distinguir en cada caso las responsabilidades que se contraen. La verdadera libertad está en limitar cada compromiso según las perspectivas de funcionamiento que cada relación puede aportar.
Conocerse a sí mismo y aplicarse con libertad a saber modificar los comportamientos incompatibles con las responsabilidades de familia es una de las tareas que más ocupa a una gran parte de la humanidad cuando inteligentemente descubren que la responsabilidad no exige buenas intenciones, sino hechos concretos que procuren una personalidad más asentada en valores. Posiblemente ese contacto y ese requerimiento de esfuerzo que demanda sacar la familia adelante converja en un equilibrio mental en el que el interés de los seres queridos pesa tanto o más que el propio interés. Cuando eso es así, la libertad responde no sólo a la percepción del bien propio sino del bien común, cuando el bien del resto de la familia se ha incorporado como una afección íntima para la mente. La responsabilidad, cuando esto es así, no representa una limitación a la libertad, sino un modo más amplio de significarse. Con todo, como los afectos en cada persona pueden ser muy arraigados o muy volátiles, no debe pensarse que la correspondencia a la responsabilidad vaya a ser fácil, pues la capacidad creativa del ser humano puede sugerirle durante la vida otros proyectos que se presenten con visos de realización personal tan fuertes como la familia, muchas veces amparados mentalmente en que los hijos no quedan nunca desamparados mientras la otra parte de la pareja asuma su responsabilidad.