ÉTICA INTERNACIONAL SUBJETIVA
Aunque en última instancia la ética es un valor individual, pues todas las decisiones humanas libres se toman en el interior de las conciencias individuales, se considera que es un valor social cuando las proyecciones de las decisiones de un colectivo revierten sobre una estructura social que procura el bien para ese grupo o sobre otra entidad social. Se fundamenta este valor en la voluntad común para obrar de un grupo humano, de modo que se comparten responsabilidades proporcionalmente al compromiso de implicación de cada individuo.
Identificándose la ética con la ciencia de obrar el bien, su efectiva realización está ligada a la conciencia que juzga en cada persona el valor de sus actos, pudiendo ese juicio fundamentarse en criterios subjetivos por los que el bien se mide según la complacencia propia, o por criterios objetivos cuando se contempla la valoración del bien por los demás, en especial por en cuantos pudiera recaer la acción. Cuando existe contradicción en los criterios, los contenidos éticos de las obras deben ser revisados, porque el bien subjetivo no es suficiente para justificar la ética en los comportamientos. De ahí que la ética se pueda considerar vinculada a la voluntad de un auténtico diálogo social con el que la inteligencia enriquece la objetividad de sus juicios.
Cuando la ética se aplica a las relaciones internacionales se tiende a dejar de lado la objetividad, ya que los gobiernos se sienten obligados a defender los intereses de sus ciudadanos, sin considerar de ordinario que el actuar con la mayor objetividad ética sirve a la perfección de la conciencia común de todos ellos. Pero como son pocos quienes desde el poder reivindican el compromiso ético objetivo de la política, sus actos, cuando favorecen no tanto el interés del Estado particular sino al bien de la comunidad internacional, parece que están traicionando la representación que les legitima. El interés de la parte parece que es único objeto de los pactos entre Estados, y ello daña mucho no sólo el que el bien común internacional no se consolide, sino el que la ética de los ciudadanos se contamine como una ética subjetiva.
Esa falta de ética que supone el priorizar el bien propio sobre el bien común a veces se critica en la política interna, pero en lo que se refiere a la política internacional se tolera sin ningún escrúpulo, sin percibir que la ausencia de unas relaciones que busquen objetivamente el bien común es un detrimento para el progreso de todas la sociedad, incluyendo el detrimento de la conciencia moral de los pueblos.
Esa falta de compromiso ético de los ciudadanos que no se implican en modificar los hábitos de sus gobiernos es lo que genera una contestación poco entendida en las naciones más desarrolladas, porque la oposición al interés propio se concibe como de poco patriótico, cuando lo que se reclama mediante la contestación es que la nación se identifique realmente con una política acorde con los principios éticos que se proclaman en las constituciones y en los contenidos morales que inspiran la educación que se imparte en los liceos y universidades.
Aunque una parte considerable de ciudadanos pretenden renunciar a toda responsabilidad ética internacional alegando el total distanciamiento que hacen de la política de sus gobiernos, ello sólo serviría como justificación cuando un sistema autoritario impidiera la representatividad, pues, mientras exista una mínima estructura democrática, los ciudadanos son responsables de sostener gobiernos más o menos éticos, lo que la mayor parte de las veces constituye un reflejo de la disposición subjetiva de la conciencia ética de la gran mayoría de cada uno de ellos.