RESTRICCIÓN Y AMPLITUD
Cada persona, como consecuencia de su carácter, tiende, a partir de unas mismas percepciones, a considerar las relaciones con el mundo externo de un modo particular prestándose más importancia a sí mismo, a la naturaleza, a los demás, a la trascendencia de cada relación, etc. Lo cierto es que incluso los hermanos que comparten experiencias objetivas comunes y paralelas construyen su propia manera de entender la vida, algunas de cuyas manifestaciones corresponden a la consideración del propio influjo en la sociedad. Como del "saberse capaz" se sigue el "poder hacer", de cuánto cada personalidad se sienta capaz se seguirá una mayor o menor trascendencia social.
La capacidad para ser con que se identifica cada personalidad no depende sólo del carácter, sino también de cómo se emplean sus determinaciones para incorporar conocimientos a partir de las posibilidades concretas de percepción del entorno de cada individuo. Así se establece que la voluntad de aprender mejora mucho las perspectivas de conocimiento, ya que de la inquietud intelectual se sigue profundizar en las causas vinculadas a la realidad que se percibe más allá de las simples computaciones por las que se asimila el mundo exterior. Ese interés intelectual va ha configurar en gran manera las perspectiva del conocimiento y la proyección subjetiva de la personalidad en el entorno social.
El influjo objetivo vendrá en parte potenciado por la animación de la subjetividad de cada personalidad, pero también por que esa perspectiva subjetiva no se restrinja en función de que se asignen a determinados valores de conocimiento tal trascendencia que mermen las posibilidades para seguir progresando en lo que se oponga a lo que se ha consolidado como verdades que estructuran la propia identidad intelectual. La necesidad de seguridades sobre las que retribuir el esfuerzo por conocer conduce a aseveraciones que constituyen una restricción subjetiva desde la que se aborda condicionado el progreso intelectual.
Permanecer abiertos al más saber supone un cierto implícito reconocimiento de la fragilidad de las posibles conclusiones que el conocimiento posee en la actualidad que a cada momento le corresponde, y esa estimación escéptica de que cada estado del conocimiento no pueda considerarse conclusivo paraliza en muchos el interés por apostar por el progreso. En cierta manera representa la histórica prevención sobre el devenir de la ciencia que pudiera entrar en contradicción con lo que cada personalidad sostiene de su esencialidad.
Esa amplitud de miras intelectual no refiere sólo a los misterios que la ciencia aún lo ha logrado desentrañar, sino principalmente al marco de las relaciones humanas en las que sobre lo hecho caben infinitas nuevas posibilidades que logren una más perfecta realización del ser humano. Es ese superarse a sí mismo el que supone un vértigo para una gran parte de las personas de todas las sociedades, porque deja constancia de la debilidad en que se asienta la propia personalidad salvo para quienes conciben la evolución como uno de los fines más valiosos que animan la intelectualización de la personalidad.